TEGUCIGALPA. La creciente presencia de pandillas preocupa cada vez más al gobierno de Centroamérica–actualmente “la región más peligrosa del mundo”. En muchas de las escuelas de Honduras, “pasillo” no significa pasillo sino la palabra que se utiliza para designar al grupo de pandilleros que le pide dinero a los maestros en su camino hacia las aulas.

 

Aquí, el que no paga, no enseña.

 

Ni siquiera puede decirse que las pandillas recluten en las escuelas porque no necesitan hacerlo. En Honduras, las oportunidades son cada vez más escasas y cada vez son más los niños que optan por ingresar, de manera voluntaria, a la Mara Salvatrucha, al Barrio 18 o a las recién creadas “Los Chirizos” o “El Combo”.

 

De hecho, hay más niños dispuestos a incorporarse a las pandillas que lo que ellas puedan o quieran absorber.

 

Lo que está fuera de toda duda es que de la misma manera que controlan casi todos los barrios de Tegucigalpa, las pandillas controlan casi todas las escuelas públicas de Tegucigalpa. Los pandilleros son alumnos y los alumnos son pandilleros. Más de un tercio de los aproximadamente cinco pandilleros fichados por la policía tenían menos de 15 años según el único estudio realizado sobre su edad, que data de 2010. Este año, la policía ha detenido ya a más de 400 menores por actividades relacionadas con las pandillas, especialmente extorsiones.

 

Además del dinero en efectivo que algunos profesores tienen que pagar aleatoriamente cuando ocurren los “pasillos”, se extorsiona colectivamente al conjunto de maestros pidiéndoles pagos de hasta 50 dólares por persona al mes, más de un 10% de su salario.

 

En muchos de los centros educativos el maestro tiene dos opciones: o se lleva bien con los pandilleros o se va. Si una pandilla se lleva a un chico del aula, los maestros saben cómo gestionarlo en silencio. Pase lo que pase con el alumno.

 

Los problemas de los estudiantes comienzan en casa. Sólo un tercio vive con ambos progenitores. Muchos han emigrado buscando trabajo en Estados Unidos. Otros han muerto. El hogar hondureño es un hogar roto.

 

Tanto responsables políticos como policías y maestros reconocen que los esfuerzos del gobierno para dar protección a las escuelas desarrollando programas de prevención o desplegando al ejército no están dando resultados tangibles.