Los resultados de las elecciones de 2017 han puesto en la mesa la eficacia de una alianza opositora PAN-PRD. El triunfo en la gubernatura de Nayarit con Antonio Echevarría y la manera arrolladora en la que la coalición entre panistas y perredistas se quedaron con más de la mitad de las 212 alcaldías de Veracruz, tras el triunfo de Miguel Ángel Yunes como gobernador en 2016, dan cuenta de ello.

 

 

 

Por eso es de observarse la decisión de Andrés Manuel López Obrador de rechazar desde ya cualquier posibilidad de coalición con los partidos de la Revolución Democrática, Movimiento Ciudadano, Nueva Alianza y Encuentro Social, y poner todas las canicas en una coalición con el Partido del Trabajo.

 

 

Así, es evidente que López Obrador concentrará todos sus esfuerzos por fragmentar al PRD y mantener en tercios la votación rumbo a 2018, ya que sabe que de concretarse una alianza PAN-PRD a nivel nacional, los grupos más radicales buscarán cobijo bajo las siglas de su Movimiento Regeneración Nacional, pero no sólo eso, sino empujar al PRD a esa alianza y tentar al PAN a concretarla rumbo a los comicios presidenciales.

 

 

Hábil como es, el tabasqueño sabe el desgaste que generará la búsqueda de esa alianza a sus contrincantes, pues la propia Alejandra Barrales ya le puso condiciones a la postulación de un abanderado común y la principal es precisamente que el candidato no sea panista, lo que descartaría a los tres gallos blanquiazules: Rafael Moreno Valle, Margarita Zavala y Ricardo Anaya, dirigente nacional del PAN.

 

 

Esa circunstancia los obligaría a lanzar a un candidato sin partido, y quienes cumplen esa condición son personajes como el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera; el gobernador de Nuevo León, el Bronco Jaime Rodríguez Calderón, y el senador independiente Armando Ríos Piter, a quien apoya el promotor histórico de las candidaturas independientes Jorge Castañeda. Todo un grupo que no necesariamente genera grandes simpatías entre los panistas.

 

 

Así que una alianza PAN-PRD no es tan fácil de concretar como sumar dos más dos y en el escenario de un PRI disminuido y desgastado por un atropellado sexenio que lo ha dejado con bajos índices de aprobación, López Obrador apuesta precisamente a quitar liderazgos y votos al priismo y al perredismo, ya sea por convicción u oportunismo y tratar de hacerse de la Presidencia logrando el tercio mayor en un escenario de fragmentación partidista, que no de polarización entre dos candidatos fuertes que presenten opciones antagónicas.

 

 

Ahora, en ese escenario precisamente cobran gran relevancia los estados con los padrones más grandes del país. Con un Estado de México donde el PRI con sus alianzas apenas logró mantener la gubernatura para Alfredo del Mazo, un Morena ascendente y un PRD que estrena con Juan Zepeda que se revela como un nuevo liderazgo, un Veracruz controlado por la alianza PAN-PRD que administra Yunes, la Ciudad de México incrementa muy considerablemente su valor estratégico.

 

 

Por ello, la selección del candidato será vital para el PRD y Morena, pues el PRI y PAN están ubicados como tercera y cuarta fuerzas. Allí decidirán los perredistas y morenistas si juegan a la segura y postulan respectivamente a sus precandidatos más fuertes que, según las encuestas, son Alejandra Barrales y Ricardo Monreal, quienes cargarían sobre sus hombros la definición del futuro de sus partidos en las presidenciales de 2018.

 

 

Así que las cosas siguen más que revueltas, y por lo que se ve se puede decir que los comicios del año que viene serán los más complicados de los tiempos recientes, que AMLO será el eje de la contienda y que de la política de alianzas dependerá si la sociedad y los electores mesurados tienen herramientas políticas para frenarlo de nuevo en su tercer intento por hacerse de la Presidencia.