Marine Le Pen es alta, rubia y añada. Su complexión infunde respeto, lo mismo que las ideas que defiende.

 
Esta mujer de 49 años, aunque aparenta más -acaso por el estrés que le produce la defensa de unas ideas totalitarias y tiránicas- busca ser la próxima Presidenta de la República Francesa. Para ello, Marine Le Pen viene con un discurso que asusta al miedo.

 
Tiene voz firme y grandes manos de las que sale el dedo acusador y apunta a la pantalla del televisor exigiendo el voto para ella. Y es que Le Pen repite una y otra vez que “Francia es para los franceses”.

 
Como Donaldo Trump –con quien, dicen, se lleva muy bien-, esta señora, de ojos azules que penetran con su mirada, aboga por el proteccionismo, por estar en contra de los inmigrantes no solamente ilegales, sino también los legales. Recuerda con orgullo la “grandeur” francesa y promete llevar al país galo a los primeros puestos del mundo.

 
Entre promesas y promesas, también dice de manera decidida que si ella gana en las elecciones de abril, Francia se marchará de Europa. Todos los mensajes de Le Pen son preocupantes, pero este último lo es aún más.

 
Ya ha comenzado la cuenta atrás para que la Gran Bretaña de Theresa May abandone la Unión Europea en un plazo de dos años.

 
Las repercusiones económicas, políticas y sociales, tanto para los británicos como para el resto de los ciudadanos europeos, son aún impredecibles, pero, desde luego, muy negativas para todos, con efectos económicos indeseables.

 
Ahora imaginemos por un momento que la otra gran superpotencia, Francia, también pudiera marcharse de la Unión Europea. Sería darle la puntilla al sueño que tuvieron los visionarios que crearon el embrión de la Unión Europea. Sería traicionar a ínclitos políticos como Adenauer, Churchill o Schuman, entre otros, que tuvieron una visión de estadistas y creyeron en la Unión de una Europa que, allá por 1950, todavía se lamía las heridas de la Guerra Mundial.

 
Las elecciones francesas se celebran el próximo mes de abril. Son decisivas. Los franceses están más que hartos de ser las víctimas del terrorismo islamista del DAESH y culpan directamente al actual Jefe del Estado galo, François Hollande, que se adhirió, desde que llegó a la Presidencia, a la lucha irrestricta contra los terroristas.

 
Pero también están cansados de una crisis económica y social de la que no terminan de salir. Tal vez porque ya no hay confianza; pero no sólo en Francia, sino en la mayoría de países de Occidente.
Por eso Marine Le Pen, quien, por cierto, no le tembló la mano para acabar políticamente con su padre, Jean-Marie, podría ganar la Presidencia.

 
Lo bueno de todo esto es que Francia es antigua en esto de la democracia y pionera de cómo vive el mundo en estos tiempos. De no haber sido por la Revolución Francesa de 1789, el planeta hoy sería distinto. Y eso pesa, y pesa mucho a la hora de votar.

 
Creo en la sensatez de los franceses, a pesar del cansancio estoico con el que están toreando desde hace ya muchos años.