Hace 14 años, el 2 de julio del año 2000 los ciudadanos mexicanos decretamos por la vía del voto libre el inicio de la alternancia en el país. Entregamos nuestra confianza, más empujados por el coraje a los abusos y excesos del “viejo PRI”, a un ex-alto ejecutivo de Coca-Cola y ex gobernador de Guanajuato, de nombre Vicente Fox Quesada.

 
Los mexicanos dieron su voto -más por la esperanza del cambio prometido que por el convencimiento basado en información- al Partido Acción Nacional (PAN) para darle, tras 70 años de un presidencialismo priísta disfrazado de democracia, las riendas del país tanto en Los Pinos como en el Congreso de la Unión.

 
Tras dos sexenios blanquiazules, inexplicablemente, el cambio de fondo nunca llegó. La inseguridad, una herencia priísta sin duda, pero que por soberbia, ineptitud y corrupción, se disparó con los panistas. La economía se mantuvo estable afectada por factores externos y situaciones estacionales como la coyuntura de la influenza AH1N1. Pero los amarres políticos para lograr cambios sustantivos jamás se dieron.

 

Por el contrario, Vicente Fox desperdició la oportunidad de contar con un Congreso con mayoría relativa panista para hacer historia con un golpe de congruencia política. En vez de ello, Martha Sahagún hizo amarres políticos que, a la postre, derivarían en varios actos de escándalos de corrupción y de vinculación con los “malos del cuento”.

 
Felipe Calderón, posteriormente, tomó la estafeta presidencial para hacer gala de soberbia y víscera en la toma de decisiones de trascendencia nacional y, entre varios asuntos, decidió declarar la guerra al crimen organizado generando un fenómeno de inseguridad nacional inusitado en México.

 
Muchos, tras 12 años de ineptitudes y doble moral panista, pusieron su fe en un rejuvenecido PRI bajo el argumento volátil de “por lo menos ellos saben operar políticamente”.

 
Llega el nuevo PRI a la Presidencia con una impresionante agenda de prioridades en las que se le daba suprema importancia al tema de las reformas estructurales clave para la evolución de México, retomar la ruta del crecimiento y recuperar el prestigio internacional como nación de oportunidades para inversionistas y como un punto de visita obligado para el turismo del mundo.

 

 

Nada de eso pasó. Los actos de corrupción ya alcanzan niveles de cinismo. Ya es parte del paisaje mediático ver a presidentes municipales reconocer ante la opinión pública “sí robé, pero poquito”. O declarar “no veo nada de malo en que -si quieren trabajo- laboren” mis familiares en el gobierno municipal aunque la ley lo prohíba.

 
O ver a una legisladora de oposición ofreciendo 50 mil pesos a quien desenmascare a quien filtró una conversación telefónica que revela un acto de corrupción entre esa diputada y ejecutivos de una importante empresa de telecomunicaciones.

 
La ética ha sido desterrada del país. El fair play es una ilusión y la verdad se ha convertido en la cicuta de esa aspiración que se sintetiza en el concepto: Estado de Derecho.

 
Vivimos en un país narcotizado por el miedo, por la inseguridad. Deambulamos en México con un ojo sobre el hombro, todo es motivo de desconfianza, siempre bajo la sospecha que en este partido el árbitro podría aplicar la ley de manera discrecional a favor del mejor postor.

 
Quizá vivir bajo los efectos narcóticos del miedo explique el por qué mucha gente se volcó en manifestaciones de orgullo de ser mexicano por el desempeño de la Selección Nacional en el Mundial de Futbol. Orgullo de haber jugado de tú a tú con potencias y haber sido víctima de una simulación, de un fraude.

 
Qué ejemplo hubiese dado al mundo el holandés Arjen Robben al haber reconocido en un partido empatado, en una Copa del Mundo, en un juego a morir, en un planeta lleno de gente que se enriquece a través de las injusticias, el entregarle la pelota al árbitro y reconocer: no fue penalti.

 
Hubiese sido una señal que nos hubiera devuelto la fe en el hombre, un acto que hubiese dignificado a esa diosa corrompida llamada futbol en un evento organizado por una Asociación (FIFA) que tiene como principal objetivo promover el fair play, el juego honesto.

 
Robben hubiese pasado a la historia como el más grande jugador no solo por su talento -que es mucho- sino por su honestidad y congruencia.

 
Los mexicanos, en tanto, deberíamos estar exigiéndole a los políticos con la misma fuerza y unión con las que le exigimos a la selección nacional. Los mexicanos podríamos hacer historia en el país con esa fuerza y unión y dar de una vez por todas, un ejemplo al mundo.