Hoy todo el mundo habla de futbol. Muchos también lo hacemos pero con un enfoque un tanto cuanto atípico. Para mí la correlación futbol-sociedad jamás había sido tan dramática.

 

 

Pocos dedican tiempo a reflexionar en torno a una gran ironía para un país que es, quizá, el más futbolero del mundo: 55% de la población de Brasil está en contra de que su país haya sido la sede de la Copa del Mundo 2014 que inicia hoy en Sao Paulo.

 

 

Un país que ha sabido vender optimismo económico a partir de las Reformas económicas y políticas empujadas por Luiz Inácio Lula da Silva. Una nación muy aplaudida por los inversionistas internacionales y que se convirtió a la vuelta de unos cuantos años en el país emergente de moda.

 

 

Brasil ha sido a lo largo de 10 años aproximadamente un ejemplo del buen marketing-país. Hizo lo necesario para encabezar ese bloque de economías emergentes llamado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), término acuñado por los economistas del capitalismo “moderno”.

 

 

Brasil supo llamar la atención de la opinión pública internacional en su potencial económico y en el cúmulo de oportunidades de negocio para los inversionistas del mundo. Alejo de los reflectores mediáticos globales temas como la alta tasa de inseguridad, los elevados niveles de pobreza, los alarmantes índices de corrupción, la operación de mafias… entre otros.

 

 

Sin embargo, durante los últimos meses miles de personas han escenificado protestas públicas en contra de que Brasil sea el anfitrión de la Copa del Mundo. Estas expresiones evidencian las imperfecciones sociales que ocultó el buen marketing-país instrumentado por ese país a partir de la administración de Lula da Silva.

 

 

Así, no resulta difícil entender por qué la gente de un país con grandes rezagos sociales, severas carencias de infraestructura, un sistema fiscal tremendamente complejo, altas tasas de inseguridad y de corrupción a nivel público y privado, entre otros, se opone a un evento cuya organización implica una inversión equivalente a lo invertido en los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntos.

 

 

Fueron los compromisos y presiones de quienes manipulan a esa ‘Diosa corrompida’ llamada futbol soccer las que operaron detrás de este Mundial para favorecer intereses económicos astronómicamente inmensos. El racional capitalista “moderno” pues. Un racional completamente anacrónico si se mira por debajo de la dermis de esta Copa del Mundo que oculta coraje y resentimiento social.

 

 

¿Qué patrocinador en su sano juicio quisiera vincularse a un evento que goza de la animadversión de más de la mitad de un país que, además, es el principal mercado de consumo de un continente?

 

 

¿Qué patrocinador querría asociar su marca a un evento cuyo costo de organización sugiere corruptelas de proporciones astronómicas en perjuicio del desarrollo social de la población más desprotegida?

 

 

¿Qué patrocinador querría financiar esas supuestas cruzadas –de las cuales algunos medios dieron cuenta- de exterminio de niños y jóvenes en extrema pobreza, para cuidar la imagen de un país cuyo prestigio ha quedado en entredicho hacia los ojos de un mundo siempre observante.

 

 

Así el escenario, cabe la pregunta: el haber sido sede de una Copa del Mundo en estas condiciones, con este tremendo costo financiero, social y de prestigio internacional, ¿terminará por ser un buen negocio para Brasil y sus patrocinadores?

 

 

Ahora las conversaciones son de futbol y se aderezan con un ingrediente escalofriante: el escenario de riesgo potencial que sugiere el descontento social en Brasil.

 

 

Riesgo en más de un sentido: inseguridad, vandalismo, boicots… y además el peligro que implica meter gente a estadios que no están terminados al 100%, y si lo están habría que ver si cumplen con las normas mínimas internacionales de seguridad.

 

 

Irónico que suceda todo esto en el país más futbolero del mundo y de la historia. Lo que no quisiera averiguar es hasta dónde se inflamaría la ira social brasileña si, además de todo lo comentado, la selección amazónica no gana la Copa del Mundo.

 

 

Qué la pelota ruede y que la paz, la tolerancia y la justicia sean las que triunfen a nivel mundial.

 

 

Hoy todo el mundo habla de futbol. Muchos también lo hacemos pero con un enfoque un tanto cuanto atípico. Para mí la correlación futbol-sociedad jamás había sido tan dramática.

 
Pocos dedican tiempo a reflexionar en torno a una gran ironía para un país que es, quizá, el más futbolero del mundo: 55% de la población de Brasil está en contra de que su país haya sido la sede de la Copa del Mundo 2014 que inicia hoy en Sao Paulo.
Un país que ha sabido vender optimismo económico a partir de las Reformas económicas y políticas empujadas por Luiz Inácio Lula da Silva. Una nación muy aplaudida por los inversionistas internacionales y que se convirtió a la vuelta de unos cuantos años en el país emergente de moda.

 
Brasil ha sido a lo largo de 10 años aproximadamente un ejemplo del buen marketing-país. Hizo lo necesario para encabezar ese bloque de economías emergentes llamado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), término acuñado por los economistas del capitalismo “moderno”.

 
Brasil supo llamar la atención de la opinión pública internacional en su potencial económico y en el cúmulo de oportunidades de negocio para los inversionistas del mundo. Alejo de los reflectores mediáticos globales temas como la alta tasa de inseguridad, los elevados niveles de pobreza, los alarmantes índices de corrupción, la operación de mafias… entre otros.

 
Sin embargo, durante los últimos meses miles de personas han escenificado protestas públicas en contra de que Brasil sea el anfitrión de la Copa del Mundo. Estas expresiones evidencian las imperfecciones sociales que ocultó el buen marketing-país instrumentado por ese país a partir de la administración de Lula da Silva.

 
Así, no resulta difícil entender por qué la gente de un país con grandes rezagos sociales, severas carencias de infraestructura, un sistema fiscal tremendamente complejo, altas tasas de inseguridad y de corrupción a nivel público y privado, entre otros, se opone a un evento cuya organización implica una inversión equivalente a lo invertido en los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntos.

 
Fueron los compromisos y presiones de quienes manipulan a esa ‘Diosa corrompida’ llamada futbol soccer las que operaron detrás de este Mundial para favorecer intereses económicos astronómicamente inmensos. El racional capitalista “moderno” pues. Un racional completamente anacrónico si se mira por debajo de la dermis de esta Copa del Mundo que oculta coraje y resentimiento social.

 
¿Qué patrocinador en su sano juicio quisiera vincularse a un evento que goza de la animadversión de más de la mitad de un país que, además, es el principal mercado de consumo de un continente?

 
¿Qué patrocinador querría asociar su marca a un evento cuyo costo de organización sugiere corruptelas de proporciones astronómicas en perjuicio del desarrollo social de la población más desprotegida?

 
¿Qué patrocinador querría financiar esas supuestas cruzadas –de las cuales algunos medios dieron cuenta- de exterminio de niños y jóvenes en extrema pobreza, para cuidar la imagen de un país cuyo prestigio ha quedado en entredicho hacia los ojos de un mundo siempre observante.

 
Así el escenario, cabe la pregunta: el haber sido sede de una Copa del Mundo en estas condiciones, con este tremendo costo financiero, social y de prestigio internacional, ¿terminará por ser un buen negocio para Brasil y sus patrocinadores?
Ahora las conversaciones son de futbol y se aderezan con un ingrediente escalofriante: el escenario de riesgo potencial que sugiere el descontento social en Brasil.

 
Riesgo en más de un sentido: inseguridad, vandalismo, boicots… y además el peligro que implica meter gente a estadios que no están terminados al 100%, y si lo están habría que ver si cumplen con las normas mínimas internacionales de seguridad.
Irónico que suceda todo esto en el país más futbolero del mundo y de la historia. Lo que no quisiera averiguar es hasta dónde se inflamaría la ira social brasileña si, además de todo lo comentado, la selección amazónica no gana la Copa del Mundo.
Qué la pelota ruede y que la paz, la tolerancia y la justicia sean las que triunfen a nivel mundial.

 

 

 

Ventana

 
No resulta difícil entender por qué la gente de un país con grandes rezagos sociales, severas carencias de infraestructura, un sistema fiscal tremendamente complejo, altas tasas de inseguridad y de corrupción a nivel público y privado, entre otros, se opone a un evento cuya organización implica una inversión equivalente a lo invertido en los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntose.

 

 

No resulta difícil entender por qué la gente de un país con grandes rezagos sociales, severas carencias de infraestructura, un sistema fiscal tremendamente complejo, altas tasas de inseguridad y de corrupción a nivel público y privado, entre otros, se opone a un evento cuya organización implica una inversión equivalente a lo invertido en los mundiales de Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntos.