Un gol como para quedar catatónico, como para tener pesadillas cada que se volviera a acercar un balón, como para verse al espejo y plantear con dolor una pregunta: ¿cómo olvidó el Real Madrid, otrora arrollador en la conquista de la liga española, ese arte de ganar torneos largos?

 

Como sea, no había alternativa: por traumatizado y deprimido que el cuadro merengue estuviera tras el gol de Messi en el último suspiro del Clásico, carecía de tiempo para ir al psicoanálisis o lamerse las heridas; de ser necesarias, la cicatrización y la rehabilitación tendrían que hallarse jugando, sometidos a máxima presión, sin margen de error.

 

La calculadora madridista indicaba ese día que sólo ganando 16 de los restantes 18 puntos, los blancos levantarían ese trofeo; de ahí al final, dos veces a la semana tendrían partido, siempre obligados a ganar. Por si pudiera subir el grado de dificultad, había una plaga de lesiones en la defensa central y en el camino habrían de encontrarse dos veces ante esa tortura medieval llamada Atlético de Madrid: la tormenta perfecta se aproximaba al estadio Bernabéu.

 

Cuesta creerlo dada la intensidad de cuanto pasa tan seguido, pero apenas han transcurrido tres semanas y media desde ese gol de Messi. Tres semanas y media en las que hubo tiempo para triturar al Atleti en la ida y padecerlo al máximo en la vuelta, para ver al equipo B golear a diestra y siniestra, para perder el color ante el Valencia al haberse visto empatado a falta de pocos minutos antes de que Marcelo corrigiera, para rachas de preocupante fragilidad defensiva remediada ya por la falta de puntería rival, ya por un imperial Cristiano Ronaldo que chorrea goles cuando más necesario resulta.

 

El asunto es que el Madrid necesitaba 16 de 18 puntos y rumbo a la última jornada ya sólo requiere 1 de 3: con el empate en Málaga sería campeón.

 

Gran gestión de Zinedine Zidane, un plantel que en bloque ha respondido (si se corona, no será el título de 11 ó 13, sino de más de 22 jugadores), una solidaridad no siempre vista con tanta estrella en ese uniforme, una auténtica conjura que pretende devolver a las vitrinas de Chamartín una liga que cada vez cuesta más ganar.

 

Claro, siempre está el tema del arbitraje, especialmente benévolo en el duelo del miércoles contra el Celta…, aunque, a mi entender, favorecedor en general cuando al que se pita es a un equipo grande (vista de blanco o de azulgrana). Así como las teorías de conspiración parecieron ridículas cuando José Mourinho las fomentaba desde la capital, lo son ahora desde la Ciudad Condal: si antes se imponía el Barça era porque jugaba mejor, como si lo hace esta vez el Madrid será por lo mismo.

 

Los merengues lucen cerca. Tan cerca que el domingo aumentarán en la cancha sus pulsaciones. Tan cerca que Zidane se niega a hablar de trofeos. Tan cerca que perderlo hoy ya sería una tragedia…, y justo ahí, en el miedo a no perder el equilibrio en el último metro de esa delgada viga, estriba el peligro.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.