The Wolf of Wall Street (Dir. Martin Scorsese)

 

En más de un sentido, The Wolf of Wall Street es una puesta al día de una de las obras fundamentales de Martin Scorsese: Goodfellas (1990). En aquel filme, el mafioso Henry Hill (Ray Liotta) no entiende cómo es que la gente prefiere una vida común a los beneficios de ser un gángster. “Vivir de cualquier otra forma” -dice Hill– “es una locura”.

 

Esa misma línea de diálogo es repetida por Jordan Belfort (incontenible, desquiciado y genial Leonardo DiCaprio), un corredor de bolsa de Wall Street, quien a los 23 años comenzaría a crecer una impresionante fortuna, producto de operaciones financieras ilegales hasta ser aprendido y condenado a 36 meses en prisión, para luego tornarse en famoso maestro motivacional dando cursos sobre ventas.

 

Belfort, como Hill, tampoco concibe una vida sin el poder que da el dinero. Belfort es un moderno Henri Hill, los códigos del gángster clásico (Goodfellas) se transmutan en los códigos del moderno broker-yuppie americano.

 

Si Hill conseguía dinero mediante el tráfico de mercancías, Belfort lo hace a partir de operaciones en Wall Street. Si Hill trabajaba en la calle, empuñando un arma, Belfort lo hace desde su escritorio empuñando un teléfono. Si Hill tenía que ser discreto con su fortuna mal habida, Belfort al contrario, el exceso es sinónimo de progreso: un piso más alto en Wall Street otorga mayor credibilidad y poder.

 

El espejo refleja una imagen similar pero inversa en un punto crucial: el retrato que Scorsese hace de la mafia en GoodFellas termina forzosamente en la debacle del personaje, cuyos excesos químicos (la cocaína) le nublan el juicio hasta caer en prisión y -he aquí el verdadero castigo- llevar una vida normal y sin privilegios: “ahora tengo que hacer fila como todos los demás… viviré el resto de mi vida como un idiota”.

 

En El Lobo de Wall Street (mote con el que la revista Forbes bautizó a Belfort) las drogas no son la debacle, sino el combustible. La cocaína hace que estos lobos puedan seguir operando, haciendo llamadas, embaucando, haciéndose de miles de millones de dólares en minutos. Scorsese lo sabe y jamás mete freno, no muestra pudor o temor alguno. Lo que verán en pantalla es una orgía dionisiaca filmada con ritmo y consecuencia. Es una cinta salvaje, excitante, sucia, a veces perversa, dotada siempre de un sentido del humor que va del slapstick bañado en drogas, hasta el humor más políticamente incorrecto. Nada detiene a Martin Scorsese.

 

Si las drogas y el sexo abundan es porque en realidad esta cinta trata sobre la droga más adictiva que hay: el dinero, todo lo que compra, todo lo que consigue, todo lo que provoca… y todos, todos somos adictos.

 

Lo que hace a Scorsese un director extraordinario es que no toma distancia, no se postra como espectador de esta historia, no niega ni nos niega el gozo del exceso y de la fiesta, no es condescendiente ni regañón, manda al carajo la corrección política, acaba con todo, manipula -como siempre- de manera magistral el tiempo, el encuadre, el espacio, el soundtrack. Le arrebata a Leonardo y a Jonah Hill las actuaciones de su vida. Filma con energía, ímpetu y sin titubeos. A sus más de setenta años, este hombre aún mantiene el filo punzante y letal.

 

Ese ímpetu molesta a los norteamericanos. Scorsese, habituado a reproches del tipo “tu cinta celebra la delincuencia”, cierra de esta magnum opus con un golpe en la cara de sus detractores: Belfort, ya libre, es escuchado con atención hipnótica por todos aquellos que acuden a sus cursos sobre ventas. El sistema los crea y los reproduce. Al final, dice Scorsese, todos quisieran ser Jordan Belfort.

 

The Wolf of Wall Street (Dir. Martin Scorsese)

4 de 5 estrellas.