La virtualidad es el arte de prescindir del estorbo. La excepción confirma la regla. Para el snob, un libro de arte cumple la función del florero; un libro de historia desdobla la imagen cultural de personajes como Vicente Fox; cinco libros ocupan el 50 por ciento de un departamento promedio parisino.

 

¿En México estorban los libros? En absoluto, la palabra librero contiene una acepción tropical, sirve para colocar portarretratos, ceniceros, carteras, lámparas, san Judas, llaveros, mamilas y un largo etcétera.

 

La permanencia del mito nos invita a creer que cada mexicano lee un libro por año. El promedio es demasiado elevado para la penumbra que eclipsa a la creatividad cuyo origen se encuentra en el libro. Dos son los elementos que alimentan al mito: libros de texto y Sanborns. Ni al primero se le puede considerar objeto imaginativo ni al segundo librería ortodoxa.

 

En nuestro país existen 1,559 librerías, somos 110 millones de habitantes, quitemos a los infantes menores de tres años y nos queda una cifra no publicable por espantosa: ¿cuántas librerías por habitante? Malas noticias, la respuesta está sesgada por la naturaleza del país.

 

Un diez por ciento de las librerías son Sanborns, líder en ventas de molletes, cafés americanos y TV Notas (158); el segundo puesto lo tiene Educal (91); Porrúa (61); Vid (47); Cristal (44); Trillas (41); Gonvill (23); Fondo de Cultura Económica  (22); Gandhi (21) e Iztacchíhutal de Monterrey (16).

 

Auténticas librerías, como El conejo blanco o la Rosario Castellanos del FCE, ambas en la colonia Condesa de la ciudad de México, sólo hay dos y pronto desaparecerá la primera para convertirse en  La Central (coinversión ítalo/española).

 

Según el Atlas de infraestructura y patrimonio cultural de México 2010, nuestro país tiene 69,529 habitantes por cada librería; España 10,306, Costa Rica 16,018, Argentina 19,827 y Brasil 68,684. Nos disputamos la medalla de cobre con Brasil.

 

Estados como Tlaxcala, Zacatecas, Campeche, Nayarit, Baja California Sur y Colima son páramos de librerías. Auténticas atmósferas rulfianas donde subyace la desesperanza combinada con la sordidez.

 

Alrededor de 2 de cada 3 mexicanos manifiestan haber asistido a alguna librería, mientras que 40.6% lo ha hecho cuando menos una vez en el año y 19.3% cuando menos una vez en menos de 2 meses. Lo que no nos dice el Atlas es que probablemente, alguna de estas personas ingresó a Sanborns para comer un par de molletes y, en el pasillo, se encontró con algún libro de Guadalupe Loaeza. ¡Eureka! El personaje visitó una librería.

 

Las cifras macro ayudan a traducir la realidad de un país, sin embargo, la cotidianidad suele ser más elocuente. La ausencia de sintaxis de un estudiante promedio de universidad mexicana revela su escasa lectura; un discurso de un político promedio, revela su nula lectura.

 

Las librerías son jardines del futuro. Al recorrer los pasillos de la Rosario Castellanos da la sensación de caminar por todo el mundo. Sólo la imaginación promete evolución. Por ello, los nostálgicos desconfían del libro electrónico. Con él, dicen, las librerías desaparecerán. En realidad, la desaparición de las librerías sería mucho más impactante que la desaparición de los libros tangibles.

 

La Barcelona sin la librería La Central de la calle Elisabets, perdería gramaje cultural; el París sin sus librerías del barrio Le Marais le amputaría un brazo al Víctor Hugo de la place des Vosgues. La librería como prótesis de vida.

 

Pero la transición llegó. En Europa, las librerías FNAC representan el mejor ejemplo. Como si de tiendas Wal-Mart se tratara, FNAC  esboza su lay-out colocando libros como sopas Campbell´s. FNAC no vende libros, vende modernidad: Soportes tecnológicos multiculturales (teléfonos, películas, computadoras, Kindle, Wii y un largo etcétera). El kit de la felicidad. Los nativos de Twitter prefieren recorrer la FNAC de Plaza Cataluña que La Casa del Libro del Paseo de Gracia. Las transiciones demográficas no saben ni de sentimientos ni de nostalgias.

 

La llegada del libro electrónico abre una puerta a una nueva dimensión por varios motivos:

 

  1. Otorga incentivos lúdicos.
  2. Precio inferior al libro tangible.
  3. Elimina a los nodos de distribución y venta en ciudades con pocas o inexistentes librerías.
  4. Globaliza las obras de los escritores de manera inmediata.
  5. Las descargas incentivan el consumo de productos culturales (a un clic de distancia).
  6. Soportes tecnológicos como el Kindle, contienen recursos pedagógicos en la lectura.

Lo mejor de toda transición es que el debate se convierte en una fiesta. Voces a favor y en contra; los nostálgicos en contra de la realidad (modernidad); los peatones de librerías en contra de las tribus desterritorializadas. Ya existen las salas de estar tipo Starbucks. Nodos transmodernos a los que acuden miembros de las iTribus para enviar correos electrónicos, participar en video-conferencias, jugar solitario o leer en un Kindle. ¿Las cafeterías son espacios sustitutos de las librarías? En principio, no. Ambos espacios se complementan. El Péndulo lo exterioriza a través del nombre Cafebrería.  Pero todo cambiará. En algunas décadas, de espacios complementarios pasarán a ser sustitutos, es decir, El Péndulo dedicará más espacio a las salas de estar, con televisión y reproductor de películas, sillones cómodos y conexiones WiFi y, finalmente, reducirá espacio a la venta de libros. De Cafebrería a Ludoteca.

 

Las librerías de viejo se convertirán en un atractivo negocio porque el mercado de los nostálgicos crecerá  conforme la pirámide poblacional acumule al grueso de la población en las partes media y alta. Serán los abuelos y algunos hijos de la tercera década del siglo XXI quienes acudirán a las librerías de viejo para comprar reliquias.

 

Nacerán conceptos alternativos de librería de viejo. Una especie donde se combine la estética de parque temático con la de museo. Salas de estar. Espacios para comprar y leer. Tiendas de experiencias del pasado. Escuelas organizarán visitas a sus alumnos para que no olviden los hábitos de sus antepasados. La vida va y no hay que detenerse en los imposibles.

 

El efecto mimético es el mejor aliado de la mercadotecnia. La demanda por un objeto se detona por el entusiasmo masivo. Hoy, la lectura del libro electrónico no se ha masificado, pronto sucederá.  El lector electrónico Kindle tuvo como principal barrera de entrada el precio. Sin importantes referentes (competidores) en el mercado, la demanda fue creciendo de manera incipiente. Con la llegada del iPad, la distribución del mercado ha formado un mapa muy claro: Kindle para la demografía con ingresos medios y el iPad para el segmento con ingresos elevados; Kindle es adquirido por fanáticos de la lectura mientras que, el iPad, es adquirido por los fieles de la convergencia lúdica ofrecida por Apple. El Kindle Fire trata de emular al iPad mientras que, el iPad trata de rebasar al Kindle. Mientras tanto, el número de competidores crece.

 

Google se ha encargado de intangibilizar bibliotecas y Kindle propone el ingreso virtual a ella. Un café y un sillón no esperan y, muy pronto, el holograma de Juan Rulfo nos acompañará en la lectura de Pedro Páramo y El llano en llamas.

 

fausto.pretelin@24-horas.mx / @faustopretelin




	

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