Cuando los héroes mueren luchando se convierten en mitos. Nunca pudo imaginar el camionero polaco Lukasz Robert, de 37 años, que su nombre y su historia terminarían formando parte del mundo exclusivo de la leyenda, ese lugar donde sólo ingresan aquellos privilegiados que entregaron sus vidas por las de otros. Es entonces cuando saborean el elixir de los dioses como ya lo hace el héroe polaco.

 

Conforme avanzan las investigaciones sobre el atentado de Berlín, la leyenda de héroe de Lukasz no hace sino acrecentarse. Aquel hombre –su primo, dueño de la compañía de transportes lo describía como una persona fornida– pasó sus últimas horas en un calvario psicológico, pero con la clara idea de que tenía que evitar la masacre.

 

Lukasz sabía que el joven terrorista Anis​ Amri​ pretendía estampar aquel mortífero camión, con 25 toneladas de vigas, contra la muchedumbre inocente. Entonces, en ese preciso momento en el que el yihadista apagó las luces del camión para sorprender a sus víctimas, cuando Lukasz tenía un cuchillo en el cuello en la pusilánime amenaza del descentrado yihadista, el héroe se revolvió e intentó tomar el volante.

 

Comenzó una lucha entre el terror y la libertad. El enfermo mental le asestó 12 puñaladas en sus entrañas, como 12 clavos, como los 12 meses o los 12 apóstoles,​ como los 12 hombres sin piedad o las 12 uvas, como los 12 signos zodiacales o las 12 tribus de Israel.

 

Mientras el épico Lukasz veía que la vida se le escapaba, aún tuvo fuerzas para dar un volantazo y hacer volcar el camión. En el segundo eterno en el que salvó a mucha gente inocente de morir, aquel íncubo en forma de hombre le disparó.

 

Ahora, mientras su cuerpo descansa bajo la fría tierra polaca –de donde era– su leyenda recorre todos y cada uno de los mercadillos navideños de Berlín, y de Múnich, y de Hamburgo, y su grito silencioso vuela por mundo y medio y recorre océanos y continentes para volver aquí, a Berlín; para que la gente recuerde que hubo una leyenda que vivió, un hombre llamado Lukasz Robert que entregó su vida por la de los berlineses.

 

Hoy, Berlín llora a sus muertos, llora a su héroe. Sin embargo, continúa atemorizada sabiendo que sigue siendo vulnerable, como cualquier otra ciudad. El asesino o asesinos continuarán intentando sorprender con sus malas artes de la cobardía.

 

Los escondites mentales de un cerebro enfermo no entienden de amor, ni sentimiento, ni paz ni entrega. Son palabras demasiado amplias para sus almas angostas.

 

Yo también quiero salir.

 

​E​l frío que me acompaña por las calles de Berlín es tan cálido como una mirada sincera. Llego a uno de los centenares de puestos del mercadillo Ku’damm, el puesto de adviento que finalmente han abierto tras el atentado.

 

Pido el típico vino caliente y brindo por la valentía de este pueblo que va reponiéndose poco a poco​ a base de lamerse las heridas.