Como festejo de gol, un suspiro: “vaya, al fin ha entrado, menos mal, vuelvo a vivir”.

 

Tras el suspiro, una sonrisa todavía ansiosa, la mirada incrédula negando y esa especie de limpia: bajar las manos de las costillas hacia las piernas, unirlas junto a la boca y soplar para lanzar lejos, lejísimos, los malos augurios.

 

Luego de enésimos postes, atajadas del portero, fallos inverosímiles ante la meta rival, absurdos en la línea de gol, Cristiano Ronaldo había vuelto a anotar, pero de una forma poco propicia para retomar la serenidad: de rebote tras un penal atajado.

 

Inicio de temporada raro tras su eléctrico cierre del torneo pasado, donde cada que pisaba una cancha hacía justo la cantidad de goles requeridos por el Real Madrid. Inicio de temporada nublado por amagos (nunca confirmados en primera persona) de irse a otro equipo, por delirios de persecución donde lo fiscal se mezclaba con lo arbitral, por una falta de puntería en liga inversamente proporcional a la contundencia de siempre en Champions.

 

Pocas veces en la historia se ha conocido a un delantero que necesite del gol tanto y tan seguido. Como si la supervivencia dependiera de azotar las redes, como si fuera común para su gremio el ligar años de a 50 ó 60 tantos, como si la credibilidad supusiera una bomba de relojería que recupera segundos si y sólo si la pelota pasa entre los postes.

 

Así nos explicamos al futbolista que quizá más se ha mejorado a sí mismo en épocas contemporáneas, al más empecinado, al más insaciable. También al que cuesta defender al no celebrar goles de su equipo, al que proyecta un partido individual al margen del que disputan sus compañeros como colectivo, al que vive absorto en esa adicción al gol…, con la que más pronto que tarde rescatará al once.

 

Pensemos en algunos de los más luminosos nombres de goleadores recientes en las grandes ligas europeas y comparemos cifras. Por ejemplo, Ruud van Nistelrooy o Ronaldo Nazario superaron una sola vez los 40 tantos y nunca llegaron al verano con promedio de un gol por partido. O los mayores símbolos ofensivos en años más o menos cercanos tanto en Inglaterra (Alan Shearer, Wayne Rooney) como en Italia (Roberto Baggio, Gabriel Batistuta, Francesco Totti).

 

Claro, pero como contemporáneo está Lionel Messi, al que los goles se le desbordan a un ritmo muy parecido que al portugués y con aparente (quizá sólo aparente) menor ansiedad, sin olvidar que todo en él luce más natural.

 

Cuando este camino haya terminado y se pretenda definir el legado de Cristiano Ronaldo, tendrá que entenderse que esa misma faceta que le llevó a números inconcebibles fue la que en ocasiones le sometió al peor de los yugos: la dictadura del gol, el vicio de anotar, la ansiedad depredadora.

 

Así podrá comprenderse ese suspiro como festejo: “otro día de vida, ha entrado”.

 

 

Twitter/albertolati

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