Alguna vez, caminando por el Paseo de Santa Lucía en Monterrey, esa gran intervención que se realizó para unir con un canal la Macroplaza con el Parque Fundidora, vi el momento en que un vigilante indicaba a dos muchachas que se hallaban sentadas en los escalones de uno de los puentes del canal, que debían pararse. No le puedo llamar espacio público si hay reglas que me impiden realizar actividades que no afectan al resto de las personas. Puedo entender que no puedo desnudarme, alcoholizarme o drogarme, pero fuera de eso cualquier actividad tendría que estar permitida en el espacio público para considerarlo como tal.

 

En todas las ciudades mexicanas se ha desarrollado la tendencia a considerar como espacio público los centros comerciales. De hecho, la clase media ha trasladado, en general, su convivencia hacia los centros comerciales reemplazando al espacio público por ese espacio privado que se abre al público. No corro, no grito, no empujo: en los centros comerciales aplica la regla del dueño. Siempre hay actividades prohibidas que son inherentes al espacio público: tomar fotografías, andar en bicicleta o en patineta, sentarse en el piso, pasear al perro, comer o beber. En México, ciertamente, está prohibido beber alcohol en el espacio público (hay países en los que esto no es una prohibición).

 

En los centros comerciales hay una actitud esperada de parte del visitante. Las desviaciones podrían ser sancionadas con el destierro de ese espacio seudo público. En los parques uno puede actuar, ensayar una obra de danza, dibujar con gis en el piso, tocar un instrumento. En los parques más concurridos, de hecho, esto sucede. Se venden pinturas, se sienta uno a leer con cierta privacidad, toca la guitarra.

 

En los centros comerciales la única actividad no consumista que es tolerada es el “window-shopping”. Es decir, mientras los parques públicos invitan a ser, los centros comerciales invitan a aspirar a ser.

 

En el espacio público nos reunimos y protestamos. En el espacio de los centros comerciales asumimos, allí la libertad existe en tanto esté representada por una bola de helado de colores infinitos o la elección de una tienda o una película.

 

En los próximos días nacerá Benxamín Remes Vesga. Mis sueños de convivencia con él están relacionados con el espacio público. Seré padre por primera vez y mi imaginación está imparable; me encuentro con él en muchas etapas de su vida … En unos meses saldré a caminar con Benxamín en la carreola, luego de manera alternada lo cargaré o él caminará. Iremos por banquetas angostas, sorteando coches, cruzaremos con dificultad algunas calles y llegaremos a las plazas que nos gustan y están por la casa, o tal vez tomaremos el trolebús para ir a caminar por el Centro Histórico. A veces haremos esto solos, a veces con su mamá y su hermano. En tanto nuestras ciudades no se transformen, será más fácil tomar el automóvil y encerrarnos en un centro comercial.

 

La alfombra roja está tendida para hacer de los centros comerciales el espacio público por excelencia, pero con más reglas y prohibiciones que en una dictadura. Hay más libertad en un parque bajo un gobierno autoritario, que en un “shopping mall” en una democracia . Poco a poco hemos de revertir esta tendencia y hacer que la convivencia de todos, sin importar el nivel económico, sea de nuevo en el espacio público.

 

@GoberRemes

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