El interés por la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) ha aumentado exponencialmente en años recientes. Cualquier profesional relacionado con el rubro puede asegurar que el concepto ya es un lugar común en el debate empresarial. Basta con ver el número de compañías de diversos tamaños que se acercan a instituciones como el Centro Mexicano de Filantropía (Cemefi) en busca de información que le permita entender el tema, y en consecuencia, buscar una acreditación que valide su interés al respecto.

 

Lamentablemente, a escala general, este interés aún no se traduce en acciones que vayan más allá de las relaciones públicas o la búsqueda de un distintivo. Hay avances, desde luego, pero no podemos asegurar aún que el grueso de la comunidad empresarial mexicana esté comprometido con la RSE. Una buena parte del problema radica en la ignorancia.

 

Las empresas demuestran confusión cuando se les pide definir si son “socialmente responsables”, no porque no lo deseen, sino porque pueden estar firmemente convencidas de que lo son sin serlo. Los malentendidos que rodean al concepto se agrupan en dos concepciones históricas:

 

1) Una compañía es “socialmente responsable” si genera ingresos para sus accionistas y cumple con la ley. La legitimidad de una corporación, su licencia para operar al interior de la sociedad, no se reduce a su éxito en generar utilidades para los accionistas, sino también abarca su habilidad para estar a la altura de las expectativas de los diversos constituyentes que contribuyen a su desarrollo y trascendencia. Estos constituyentes son los stakeholders o “partes interesadas” de la corporación (clientes, aliados, proveedores, protagonistas sociales y políticos). Consecuentemente, la corporación debe comprometerse a crear riqueza, desarrollo y bienestar para todas sus “partes interesadas”.

 

2) Una compañía es “socialmente responsable” si destina parte de sus ingresos a la filantropía. Por loables que sean, las acciones filantrópicas son actividades focalizadas a una causa específica. La filantropía es una obra de naturaleza individual, no empresarial; una labor más identificada con la magnanimidad de la persona (del empresario o inclusive el ciudadano común), que con una política institucionalizada de la organización.

 

La empresa puede llevar a cabo una exitosa política sistemática de “filantropía estratégica”, es decir, casar su programa de aportaciones filantrópicas con causas cuya solución les termine por reportar beneficios en el aspecto de negocio. Cuando los emporios emprenden acciones filantrópicas motivadas por la misión personal de sus directivos, no existe seguridad de que una vez que se dé el relevo generacional, la dirección entrante continúe el ejercicio filantrópico, o si así lo hace, que escoja otra causa y la ayuda degenere en una contribución cosmética e ineficiente. De ahí la importancia de adoptar un verdadero programa institucional de RSE. La Responsabilidad Social Empresarial es una cultura de gestión que vincula a la empresa con el bienestar de la sociedad a través de cuatro pilares básicos: promoción y desarrollo de los integrantes de la organización, ayuda a la mejora constante de la comunidad, ética en la toma de decisiones y sustentabilidad ambiental.

 

La RSE no es un acto aislado de filantropía, ni una acción mercadotécnica orientada a la promoción de una causa benéfica, ni un recurso para mejorar la imagen corporativa; es una filosofía que permea todos los niveles de la empresa. Mientras las corporaciones mexicanas no interioricen los alcances de esta definición, hablar de un compromiso general con la RSE no dejará de ser una simple exageración retórica.