El Día de Muertos es una de las tradiciones más antiguas, distintivas y representativas de México. La Unesco ha reconocido esta celebración, que representa el encuentro entre los vivos y los muertos, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

 

En esta fecha, nuestros seres queridos que ya se han ido regresan a recordarnos que pronto nos reuniremos con ellos, en la vida eterna.

 

Esta creencia tiene un origen prehispánico: el otro mundo, que en la cultura azteca era conocido como el Mictlán, la región del descanso eterno. Por ello, no fue difícil conciliarla con la de la vida eterna postulada por la tradición judeocristiana que trajeron los conquistadores españoles.

 

Fruto de este sincretismo religioso es la tradición del Día de Muertos, que se ha ido ampliando y extendiendo en días y en expresiones populares.

 

Por ejemplo, pocos saben que la conmemoración inicia el 28 de octubre, día dedicado a los difuntos que perdieron la vida en un accidente. El 30 de octubre se recuerda a los infantes que murieron antes de ser bautizados. El 31 de octubre, a los niños bautizados, menores de 12 años.

 

El 1 de noviembre es el Día de Todos los Santos, y se recuerda a los fallecidos por causas naturales o por alguna enfermedad. Y el 2 de noviembre, después de las 12 del día, es cuando las almas de todos los difuntos regresan al más allá.

 

Los altares tienen una función muy importante. Es el locutorio donde los vivos se encuentran con los muertos; donde los reciben y les rezan para que, a su vez, ellos nos guíen cuando tengamos que partir de este mundo.

 

La colorida flor de cempasúchil es la valla por donde deben caminar los muertos. Las veladoras y cirios son la luz al final del sepulcro. Los platillos favoritos de los difuntos se preparan con esmero y cariño, porque necesitan seguir alimentándose en su trayecto; mientras que su música favorita es la forma como se les da ánimo y alegría para vivir la vida en el más allá.

 

Ningún otro pueblo en el planeta honra así a sus seres queridos muertos; es una tradición de la cual los mexicanos podemos sentirnos orgullosos.

 

Quisiera dedicar la conmemoración del Día de Muertos de este año a un distinguido artista nacional que vivió sus últimos días en el barrio de Tepito, aquí en la delegación Cuauhtémoc, en medio de la pobreza y del olvido, a tal grado que su cuerpo nunca fue reclamado y terminó en la fosa común.

 

Me refiero al gran grabador, ilustrador y caricaturista José Guadalupe Posada (1852-1913), quien en la actualidad, paradójicamente, es reconocido como un artista plástico importante, cuyas obras y creaciones únicas, como las calaveras y las catrinas, le han dado una identidad única a esta celebración tan mexicana.