Qué fácil es devolver a la grada algo de lo mucho que en la cancha se recibe.

Yaya Touré llevando un pastel al aficionado del Manchester City que cumplía 50 años y departiendo con su familia; Sergio Kun Agüero pintando con un artista que ha dedicado soberbias obras a sus goles; Raheem Sterling aprendiendo a tejer, dejándose orientar y corregir por una señora de edad avanzada; Gaël Clichy y Fabian Delph acunando a un fanático citizen que aún no sabe que lo es, pero que, dado el mameluco que porta, de seguro lo será; Leroy Sane e Ilkay Gundogan llegando de sorpresa a casa de un seguidor para obsequiarle acceso al estadio para la próxima temporada; Pablo Zabaleta echando una cascarita con personas que no daban crédito a su fortuna; Bacary Sagna y Alexander Kolarov de imprevisto en un taller que incluye todo un altar del ManCity, dándose tiempo para ayudar al mecánico a reparar coches; los brasileños Gabriel Jesus, Fernando y Fernandinho jugando futbol playa con niños; Kevin de Bruyne y David Silva integrándose a la clase de educación física de una escuela, ante la estupefacción de los alumnos; Vincent Kompany tomando té con los residentes de un asilo de ancianos; Nicolás Otamendí paseando en el autobús del club con un joven aficionado.

 
El mensaje es imprescindible: no hace falta ganar un título para agradecer a la afición por su apoyo, para abrazarla y hacerla sentir parte del equipo; de hecho, justo porque no se conquistó un trofeo o se cumplió con la más alta expectativa, más necesario resulta ese ejercicio de calidez, cercanía, gratitud.

 

 
Hemos acostumbrado a las grandes estrellas del deporte a vivir aisladas, a refugiarse en círculos sociales cada vez más reducidos, a ser ajenas al contexto, casi a olvidarse de cómo es esa vida común y corriente, con más angustias que gratificaciones, con problemas para llegar a fin de quincena pero empecinamiento en no dejar de estar en la grada a cada partido…, vida en la que la mayoría de ellos nació y de la que el balón los sacó.

 
Años atrás, ante una mala racha, los jugadores del Borussia Dortmund se disculparon sirviendo cervezas a sus aficionados. Ahora, ante una campaña suficientemente buena para calificar a la Champions, aunque con la frustración de no añadir glorias a sus citrinas, el plantel del City ha devuelto a sus simpatizantes algo de lo recibido en el año. La frase, “nada sin ustedes”.

 
Suele identificarse como una de las causas del hooliganismo, ese momento en que las clases menos privilegiadas se sintieron despojadas de su deporte. Ahora, en un equipo de millonarios y con propietario en el Golfo Pérsico, los devotos citizens han tenido argumentos para continuar considerándose parte integral, para no alejarse de sus colores.

 
Sensacional iniciativa. Primero, por los aficionados, premiados así por tanto cariño derrochado. Segundo, por los futbolistas, con ese recordatorio de a quién representan, de por quién es que juegan.

 
Twitter/albertolati

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