Barack Obama tomó posesión como Presidente de Estados Unidos por primera vez en enero de 2009, cuando la gran recesión que inició en ese país y se extendió a todo el mundo ya había empezado.

 

 

Cuando los demócratas tomaron el poder en ese año, la tasa de desocupación se fue a niveles históricos, la gente perdía sus casas porque las tasas de interés se dispararon en los meses previos y el gobierno de la Casa Blanca tenía las manos amarradas, porque la administración republicana de George W. Bush se había dedicado a gastar mucho más de lo que ingresaba y a endeudar esa economía y, por lo tanto, no quedaba ya margen para el salvavidas fiscal.

 
No sólo enfrentaba esos lastres económicos y financieros, sino que además tenía una clara oposición de los republicanos en el Congreso que se dedicaron sistemáticamente a frenar muchas propuestas.

 
Los ocho años de Obama no fueron de bonanza, sino de corrección fiscal. El punto es que por más bueno que haya sido su gobierno, realmente le tocó administrar una crisis y el inicio de una recuperación económica. Y la verdad es que son pocos los que entienden que los problemas fueron heredados.

 
Al final, el 8 de noviembre pasado, con la ayuda de un discurso simplón, pero muy útil para llegar al ánimo de un público votante poco enterado, Donald Trump logró vender a los demócratas como los responsables y a él, mucho más que a los republicanos, como la solución.

 
Está claro en estos ciento y tantos días de Trump que muchos de sus planteamientos de campaña serán imposibles de cumplir. Sin embargo, hay un puñado de acciones que sí pueden cambiar las estructuras.
A Donald Trump le tocará la parte de crecimiento económico dentro del ciclo de ese enorme monstruo estadounidense.

 
No deja de tener alguna carga de injusticia que buena parte de las correcciones que llevó a cabo la administración pasada, le tocará cosecharlas a este gobierno.

 
Sin embargo, si tomamos en cuenta el personaje del que estamos hablando, si logra notar que hay crecimiento aun sin que se implementen varias de sus alocadas ideas, tendremos a un Presidente satisfecho y quizá tranquilo.

 
Pensemos, por ejemplo, que una tasa de desocupación en 4.4% apunta al pleno empleo y, por lo tanto, a la presión de obtener mano de obra es en este punto donde los agentes económicos empiezan a obviar el estatus migratorio de los ofertantes.

 
Si la economía crece, disminuyen las presiones para hacer cambios en materia comercial, por ejemplo, y en la próxima renegociación del acuerdo norteamericano hay menos presiones para tomar decisiones radicales.

 
Lo único malo es que con las medidas fiscales y en materia de salud que sí tomará este gobierno ayudará a calentar la economía, pero generará un problema a futuro que si no se paga con un crecimiento extremadamente robusto, heredará una bomba al que le suceda en el poder.