Yo, en algún momento de la vida, estuve muy cerca de la pseudoefedrina. No a nivel camello, pero fui una superconsumidora de los productos de Zhenli Ye-Gon, a quien acusan de ser uno de los traficantes ilegales de PSE más importantes del mundo. Lo siento, pero ¡yo hice rico a ese señor chino!

 

En eso pensaba mientras veía en la tele la noticia de la extradición y auto de formal prisión al empresario. Nadie me dijo que la lucha contra la báscula me crearía nexos con la delincuencia, porque ignoraba que quemaba grasa con psicotrópicos ilegales.

 

Debo confesar que fui una gordita adicta y mis favoritas eran unas pastillas misteriosas que me entregaba un doctor en una bolsita de plástico con una etiqueta que solo decía pseudoefedrina. Un día pregunté qué era exactamente, por si me daba un ictus o algo, y el doctor contestó con toda tranquilidad: “Digamos que la substancia es prima-hermana de la cafeína”. Eran buenísimas, la neta.

 

 

Claro, le faltó decir también que la famosa pastilla también era pariente cercana de la metanfetamina y que todas las obesas que la consumíamos éramos, de alguna manera, ¡clientes de Zhenli! Entre mis amigas y yo nos metimos en el cuerpo, a lo tonto, media tonelada.

 

No nos juzguen. Las mujeres con kilos de sobra hacemos lo que sea por bajarlos. Y la cápsula de granulitos rosas era una maravilla: te quitaba el apetito y te hacía bajar de peso rapidísimo casi sin importar lo que comías, fuera chile relleno, albóndigas o frijoles.

 

Personalmente, las tomé durante cinco meses, así que supongo que habré contribuido en algo con los 205 millones de dólares que encontraron en la casa de Mr. Ye Gon en Las Lomas. Claro, uno nunca sabe para quién trabaja. Yo le compraba drogas al doctor que las hacía con los productos prohibidos y así. Una cadenita de obesidad, enriquecimiento ilícito y tranza oriental. Ya luego el doctor desapareció de manera violenta.

 

 

Bueno, eso fue hace muchos kilos y años. Recuerdo que cuando atraparon a Zhen Li, el Presidente Fox iba de salida y yo tenía una flacura divina. Por cierto, ¿ya les conté que hablé con don Vicente? Creo que ser ex presidente es precioso. Un paraíso de ocio.

 

Hace unos días llamé para hablar con Marta Sahagún y como no estaba, me comunicaron con él. Me pareció un gran detalle por dos razones: primero porque no todos los días se puede platicar con un personaje así, y luego porque es mucho más entretenido que escuchar el hilo musical de la espera telefónica.

 

Ya saben, cuando hay tres llamadas antes (o algún asunto más importante que tú) en la línea y entonces te ponen a escuchar la melodía de Para Elisa en sintetizador. Mejor platicar con Fox, que no me sacó de ningún apuro, pero se portó muy gentil y animoso “¡Hola, Martha! ¿Cómo le va? Aquí Vicente Fox…”.

 

 

Tan amable como se ve el ex presidente Clinton en todos los eventos de su mujer, la Hillary. Tan feliz como se ve Duarte en algún paraje exótico. Presiento que está escondido en una playa nudista veracruzana. Es el único vestido.