Todos los presagios para las elecciones de 2018 en México son catastróficos. La situación social, política y de seguridad no son para nada positivas a poco menos de un año de la jornada electoral más grande de la historia del país. Pero no sólo porque el escenario de competencia cerrada no da espacio para que haya un ganador con una mayoría que dé estabilidad al nuevo Gobierno federal, sino porque los tiempos del sistema electoral mexicano fueron diseñados tan equivocadamente que lo único que traerán será conflicto y zozobra.

 

Y es que desde que en 1997 se dio el paso a la real alternancia política en México con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas como el primer jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, desde distintos grupos de interés, muchos de ellos pretendidamente progresistas, se ha dado una sistemática campaña contra dos de las instituciones esencialmente democráticas del país: el Congreso de la Unión y el árbitro electoral hoy transformado en INE.

 

Desde hace años hay un discurso que se repite machaconamente desde muchos frentes: las elecciones en México son muy caras y la democracia mexicana es demasiado onerosa, ocupa muchos recursos que podrían servir para ayudar a los mexicanos. Cuando en realidad, sin duda, el dinero que se dedica a sostener al Instituto Nacional Electoral, tres mil millones de pesos en 2017, que no es poco es mucho muy inferior a lo que cuesta, por ejemplo, pagar los privilegios de los que goza la alta burocracia del Gobierno federal como gasolina, choferes, comidas, seguros de gastos médicos mayores y bonos.

 

A partir de la premisa de que la democracia mexicana es muy cara, la tendencia ha sido hacer coincidir las elecciones locales con los comicios federales, para lo cual se han hecho reformas en los congresos de los estados a sus correspondientes leyes electorales y cuyo resultado es que en 2018 se elegirán en una sola jornada al Presidente de la República, los 500 integrantes de la Cámara de Diputados y los 128 de la de Senadores, y nueve gubernaturas, a lo que se suman dos mil ayuntamientos con sus cabildos y congresos locales para sumar más de tres mil 500 puestos de elección popular.

 

El resultado es que el año que viene es grande la tentación de secuestrar la elección presidencial y amarrarla a los resultados de los comicios para elegir gobernador en los nueve estados en disputa, a lo que se suma que ningún partido logra sumar más de un tercio de las preferencias electorales rumbo a la Presidencia.

 

Éstos son elementos para afirmar sin lugar a dudas que el calendario electoral mexicano está pesimamente diseñado y que representa un riesgo para la estabilidad del país, lo que sumado al agotamiento del sistema político y de gobierno es el caldo de cultivo para resultados catastróficos para la estabilidad, legitimidad y viabilidad del país y su nuevo gobierno.

 

Por eso es urgente que desde ya, la clase política y los partidos enmienden los errores y se abra la posibilidad de que el punto número uno en la agenda política sea corregir los errores en el diseño de las elecciones en México y reformar el sistema de gobierno para garantizar gobiernos legítimos y estables que sean electos en ambientes donde el riesgo de conflicto no ponga en riesgo la estabilidad y la paz del país.

 

caem