La cifra da vértigo: 32 mil dólares; esto fue lo que se gastó en maquillaje personal en sus primeros tres meses en el Elíseo el Presidente francés, Emmanuel Macron, haciendo uso por supuesto del dinero del erario, del ciudadano de a pie al que el gobierno pide apretarse el cinturón para cumplir su promesa electoral de aplicar un drástico tijeretazo al gasto social, de más de 90 mil millones de dólares en los próximos cuatro o cinco años.

 

Las redes sociales se incendiaron con una gigantesca avalancha de críticas y acusaciones. “Macron se pone en la cara 23 salarios mínimos en 100 días, mientras Francia se mata trabajando”, escribió en su cuenta de Twitter el vicepresidente del Frente Nacional, Florian Philippot. Otros políticos se preguntan cómo puede concordar la voluntad expresa de Macron de gobernar de manera moralmente irreprochable con el narcisismo cinematográfico que ha exhibido sin escrúpulos ante la opinión pública.

 

Ya cansó la omnipresencia de las imágenes del mandatario y su esposa, cuidadosamente montadas por su equipo publicitario, auténticas puestas en escena que nos miran desde todos los kioscos de prensa y pantallas de computadoras. Su fascinación por la impecable dramaturgia política -que implica mucho maquillaje-, su obsesión por proyectarse como un líder brillante, moderno y “cool” le pasó la factura en los sondeos en esta época de muchas inquietudes.

 

A los cuatro meses de su elección, a principios de mayo pasado, Emmanuel Macron registra un vertiginoso retroceso en las encuestas de opinión. Actualmente, según el último estudio de YouGov France, sólo 30% de los franceses evalúa positivamente la actuación del mandatario. Desde finales de mayo su nivel de aprobación popular se redujo más de un tercio.

 

Estamos frente a la caída más vertiginosa para un nuevo inquilino del Palacio del Elíseo desde 1995. Detrás de este descenso hay mucho más que embrollos cosméticos. La “rentrée” política en Francia arranca con la controvertida reforma laboral que pronto -así lo decidió Macron- entrará en vigor con órdenes del Gobierno sin debate parlamentario, a lo que se opondrán en las barricadas de París varios sindicatos y enemigos del Presidente de todos los colores ideológicos. Y nadie llevará maquillaje.

 

Hay más razones para el desencanto: la renuncia de cuatro de sus ministros por sospechas de empleos ficticios y nepotismo, poca claridad en torno a las políticas fiscales o el anuncio del mandatario de suprimir 120 mil puestos de funcionarios y promover la polémica ley antiterrorista que debe reemplazar el Estado de excepción.

 

Emmanuel Macron fue elegido Presidente con el voto de 66% de los franceses. Pero recordemos que no se trataba de un sufragio de adhesión masiva; se trataba más bien de un voto para frenar el auge de la extrema derecha de Marine Le Pen.

 

La “Macronmanía” que recorría el país galo a lo largo de la primavera parece haberse alejado para siempre.

 

Se acabó la luna de miel entre el joven mandatario y los franceses.

 

caem