Esta semana se dio un paso más en lo que será una verdadera revolución en la educación superior en el mundo.

 

¿Se imagina tener acceso a un curso de posgrado a distancia en una universidad de gran prestigio, a precios accesibles, y con titulación oficial equivalente a la matrícula presencial?

 

Pues bien, ese proyecto ya no es un sueño. Esta semana esta posibilidad se puso en marcha a través de un acuerdo firmado entre el prestigiado Instituto de Tecnología de Georgia (conocido como Georgia Tech) y Udacity, una empresa de tecnología fundada por Sebastian Thrun, vicepresidente de Google.

 

El Georgia Tech ofrecerá en línea uno de sus másteres más reconocidos (el máster en ciencias computacionales) al que en su versión presencial tradicionalmente postulan alrededor de mil 400 candidatos y sólo 200 de ellos pueden cursarlo cada año. Esta escasa disponibilidad de lugares en las universidades prestigiadas se ha acentuado en los últimos años en relación a la creciente demanda, con la consecuencia natural del encarecimiento de las colegiaturas que hacen prácticamente imposible para la mayoría de los estudiantes cursar estudios universitarios y de posgrado sin contar con becas económicas de ayuda.

 

Pero la noticia que moverá a la educación de posgrado en el mundo y que marcará tendencia hacia los próximos años, es que Georgia Tech ofrecerá este pograma de prestigio a un precio casi siete veces menor que la tarifa establecida para estudios presenciales (que actualmente es de 45 mil dólares), y a la vez hace equivalente el título profesional obtenido en los estudios en línea, a los presenciales.

 

Hasta ahora las grandes universidades que ofrecen estudios en línea -es el caso, por ejemplo, del TEC de Monterrey- habían mantenido tarifas similares tanto para sus estudios en línea como presenciales. Sin embargo esto podría cambiar en el futuro cercano con decisiones como la tomada por el Georgia Tech.

 

La pregunta es qué motiva una universidad de prestigio a caminar en este sentido. La respuesta sencilla es la influencia de su enseñanza y de su trabajo académico en otras latitudes, utilizando el poder de la tecnología a precios sustancialmente menores. Y es que -como en la medicina, en el comercio, o en la música- la tecnología no sólo le permite a la educación llegar a poblaciones remotas y masivas, sino que también lo hace a menores precios para miles de estudiantes que reúnen los requisitos. Porque los limitados cupos en las universidades están determinados por ellas mismas, por su propia infraestructura; pero no por la demanda de estudiantes capaces que reúnen los requisitos para cursar esos estudios.

 

Así que la tecnología también hace posible que la enseñanza sea un mejor negocio para las universidades en la medida en que éstas -con todo y la reducción de precios- incrementan sus ingresos por la multiplicación del número de estudiantes; pero también porque atraen a patrocinadores del sector privado dispuestos a financiar parte de los costos y a participar en los programas académicos.

 

Todo esto ha llevado a que universidades tan reconocidas como Princeton o Stanford, estén evaluando seriamente el camino seguido por Georgia Tech. Evidentemente que esta ruta no está exenta de críticas especialmente en el ámbito de la calidad de la enseñanza o de la valoración de los títulos universitarios. Sin embargo, la ruta que ha abierto la tecnología en materia educativa parece irreversible y el perfeccionamiento de los métodos y de los procesos educativos lo irá confirmando.

 

Casos como el de Georgia Tech son puntales que están abriendo brecha en esta revolución educativa, que es la nueva frontera en la competitividad de las naciones.

 

*Esta columna volverá a publicarse el próximo martes 6 de agosto