Los que crean que las detenciones de los ex gobernadores de Veracruz, Javier Duarte, y Tamaulipas, Tomás Yarrington, forman parte de un complot priista y de los cálculos maquiavélicos de sus operadores para influir en las elecciones del Estado de México simplemente están equivocados o muy acostumbrados a creerse cualquier cuento.

 

Todo lo contrario: el gobierno de Enrique Peña Nieto y el PRI están en apuros. Los casos de corrupción y la percepción de inseguridad y violencia son los lastres que tienen a esta administración y a su partido en bajísimos niveles de simpatías electorales a la puerta de los comicios del Edomex y la elección presidencial de 2018 y las capturas de hombres como Duarte y Yarrington que llegaron al poder gracias al priismo no les ayudan en nada.

 

 

No son pocos los grandes casos que vinculan al poder priista con la corrupción y el crimen organizado como son los del Negro Arturo Durazo, otrora poderoso jefe de policía, el ex presidente José López Portillo, el ex gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva, o el general José Gutiérrez Rebollo, ex zar antidrogas, a los que hoy se suman los de Duarte y Yarrington; esto sin tomar en cuenta los múltiples casos a nivel local que padecen los mexicanos en estados y municipios.

 
Por eso no se ve cómo estas capturas puedan abonar puntos positivos a las campañas priistas; tener a dos ex gobernadores en proceso de extradición y a los medios dándoles amplia cobertura y a la oposición recordando su origen priista y los escándalos de corrupción de administraciones presentes y pasadas no se antoja la mejor propaganda.

 
Y es por ahí donde están pegándole al PRI y las campañas del Edomex son el laboratorio perfecto. Ahí están los spots de TV de Josefina Vázquez Mota y el PAN, en los que se presenta a priistas como jugadores de póquer, apostadores clandestinos que intentan usar malas artes para ganar. O los de Delfina Gómez de Morena, en los que apela a no ser más que una ciudadana honesta que enfrenta a la corrupción.

 
Sabemos que éstas son expresiones que reeditan el discurso que desde hace casi 20 años ha usado Andrés Manuel López Obrador y que le ha dejado grandes ganancias políticas ante un priismo que se niega a dejar de ver al poder y los recursos públicos como un patrimonio personal.

 

 
Esta práctica no es exclusiva del priismo sin duda, pues forma parte de la idiosincrasia de la clase política mexicana toda, porque ni los panistas, perredistas, verdes, petistas, convergentes o los propios lopezobradoristas (no hay que olvidar los videoescándalos) están limpios de los actos de corrupción en sus distintos momentos en el ejercicio del poder público, pero que tienen su origen en los 70 años de gobiernos priistas que terminaron con su hegemonía tras la ruptura del sistema de partido casi único en 1988 y la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas al Gobierno del Distrito Federal en 1997 y de Vicente Fox a la Presidencia de la República, pero que no acabaron con la cultura de la corrupción y la impunidad que aún vivimos.

 
Así las cosas, lo más probable es que seamos testigos de cómo estos escándalos mermarán las posibilidades de que el PRI se mantenga al frente del gobierno en el Estado de México y muy probable de la Presidencia en 2018. Habrá que ver cómo vienen las próximas encuestas. Al tiempo.