Cuando en 1995 la economía mexicana estaba en plena crisis tras los excesos de Salinas y el error de diciembre de Zedillo, fue el sector exportador el que sacó la cara por la economía mexicana.

 

Mientras la banca se levantaba de su quiebra, el sector industrial aprovechaba al máximo ese nuevo mecanismo que recién se había estrenado: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

 

El peso devaluado ayudaba a ese propósito. En 1994 se pagaban 3.5 pesos por dólar y durante 1995, ya con un sistema de libre flotación, se tenían que desembolsar más de siete pesos por cada billete verde.

 

Es evidente que por esos días el mercado interno estaba devastado. Desempleo, créditos impagables, inflación disparada, finanzas públicas altamente desequilibradas. En fin, el panorama de una crisis tan horripilante como perfecta.

 

Total que México salió de aquella crisis por los cambios estructurales forzados, por la gran herramienta del comercio exterior que permitió el TLCAN y por la devaluación del peso.

 

Hoy este país está lejos de aquel escenario de crisis. Sin embargo, sí hay algunos focos en tono amarillo que tienen que atenderse de inmediato para no acercarse a un panorama así. El aumento en el déficit de la cuenta corriente, la creciente violencia social y delincuencial, el aumento en la sensación de ingobernabilidad e impunidad, el lento crecimiento económico, las presiones inflacionarias derivadas de la depreciación del peso. En fin.

 

Las calamidades aumentan, y sobre todo las de carácter político y social suben de tono. Y no se ve en el panorama económico algún sector que pueda levantarse como el líder de la recuperación.

 

El mercado interno ha tenido una función de sostenimiento económico, pero tampoco cuenta con un panorama muy claro por delante.

 

El comercio está atorado porque el principal socio comercial de México presenta dificultades industriales importantes y, de paso, está pensando en abandonar la sociedad mercantil que tiene con México como la conocemos.

 

El tipo de cambio que en otras épocas sirvió como una ventaja competitiva, hoy no ha implicado una mejora de las ventas al exterior, básicamente porque Estados Unidos tiene una marcada parálisis industrial.

 

Y por el contrario, la depreciación sin regreso que ha tenido el peso frente al dólar ha movido ya las expectativas inflacionarias y obligó al Banco de México a subir sus tasas de interés para contener las presiones inflacionarias.

 

Entonces, 1995 fue un año de profunda crisis donde el aumento del libre comercio gracias al TLCAN permitió que la moneda mexicana devaluada se convirtiera en un activo para recuperar la economía de una caída brutal.

 

En 2016 no hay crisis económica, pero hay focos amarillos que pueden llevar hacia allá a la economía. La moneda está severamente depreciada y esto no ha servido de motor para aumentar las exportaciones, porque el TLCAN nos ha hecho altamente dependientes de Estados Unidos, que tiene un sector industrial en recesión.

 

Puede, después de todo, no ser mala idea que se cuestione en Estados Unidos el futuro del acuerdo de libre comercio norteamericano. Puede ser ésa una forma de sacar a México de su zona de confort.