La vida política no se agota en las señales pero se apoya y define en ellas. Por eso fue significativo que días antes de la toma de posesión el equipo de Enrique Peña Nieto hubiera sugerido, o por lo menos aceptado, el cerco que el Estado Mayor Presidencial tendió alrededor del Palacio Legislativo. Las protestas que se propalaron rápidamente forzaron a una rectificación y el perímetro de seguridad fue disminuido.

 

Quizá en ese incidente podemos encontrar una anticipación de la postura que tendrá el presidente Peña Nieto ante las libertades políticas y de expresión. Se trata de un político pragmático, que procura la eficiencia antes que los principios. Le gusta concentrar y ejercer el poder. Su compromiso no es con la democracia sino con los resultados y éstos, los entiende de acuerdo con cada circunstancia. Pero cualquier decisión que tome el nuevo presidente estará acotada por el escrutinio y la exigencia constantes de una sociedad que no quiere transigir con abusos ni autoritarismos del poder político.

 

Peña Nieto llega a la Presidencia con el respaldo de las corporaciones mediáticas más relevantes. No fueron secreto, porque se trata de las zonas más vistosas del espacio público, las amplias coberturas que las televisoras dedicaron a la construcción del ahora presidente como personaje de gran notoriedad. Es imposible establecer en qué medida los votos que le dieron el triunfo en julio se deben a la exposición televisiva que lo benefició durante varios años -y que no fue ilegal porque ocurrió antes de las precampañas y campañas electorales-. Pero tampoco puede ignorarse que la carrera política y la presencia pública de Peña Nieto están fincadas, en alguna medida, en las generosas y nunca desinteresadas menciones que recibió en los medios de mayor alcance nacional, especialmente en Televisa.

 

Ese protagonismo intenso y extenso que tuvo en la televisión nacional condujo a muchos comentaristas a suponer que se trata de un personaje creado a la medida del interés de las televisoras. No es así. Peña Nieto, especialmente cuando gobernó el Estado de México, fue un espléndido cliente de las televisoras, pero no tiene una alianza política con ellas. La podría tener, pero depende de qué tan necesario le resulte contar con ellas para desarrollar sus proyectos de gobierno.

 

Durante el sexenio que terminó, Felipe Calderón evitó cualquier pugna con los grupos mediáticos para no abrir frentes adicionales a los que ya debía atender, especialmente contra el crimen organizado. Al concentrar sus empeños en esa batalla, Calderón abandonó la diversificación de los medios con la que se había comprometido.

 

Peña Nieto también ha ofrecido ampliar opciones en el campo de las telecomunicaciones. La competencia que ya hay en telefonía reducirá pronto el acaparamiento de 80% en instalaciones alámbricas y 70% en celulares que han mantenido las empresas de Carlos Slim. En donde no hay contraste es en televisión. Todas las cadenas nacionales son propiedad de Televisa o Televisión Azteca que, además, controlan 65% de las frecuencias de televisión. Esa concentración tiene consecuencias políticas como se pudo apreciar en mayo, cuando ambas empresas se negaron a transmitir el primer debate entre los candidatos presidenciales en sus cadenas de mayor cobertura.

 

La creación de nuevas opciones en televisión es uno de los rezagos más notorios que hereda el nuevo gobierno. Las televisoras que controlan ese mercado no quieren competencia. Para Peña, propiciar ese y otros cambios puede ser una oportunidad que le permita tomar distancia respecto de tales empresas.

 

Más televisión no significa mecánicamente mejor calidad y ni siquiera más garantías para la libertad de expresión en el medio de mayor audiencia. Pero más actores en ese campo implicarán la creación de contrapesos a la influencia de las televisoras. Por eso es importante que al menos una de las dos cadenas con alcance nacional que según estima la Comisión Federal de Telecomunicaciones podrían crearse con las frecuencias disponibles, sea para televisión pública.

 

La tercera (y cuarta) cadenas han sido el tema de mayor visibilidad. Pero lo auténticamente relevante es el modelo de televisión digital que se desarrolle en el país. En cada uno de los canales que han transmitido de manera analógica ahora caben entre dos y seis señales, dependiendo de la calidad de la imagen. Eso significa que habrá muchos más canales en televisión abierta. Si los canales adicionales son manejados por las empresas que ya tienen las dos terceras partes de las frecuencias de televisión, la concentración en ese medio se multiplicará. Pero los canales adicionales pueden ser operados por otras empresas e instituciones. Las decisiones y omisiones del nuevo gobierno en ese tema definirán la televisión que verán los mexicanos de las siguientes generaciones.

 

La libertad de expresión encuentra su limitación más grave en las frecuentes y por lo general impunes agresiones contra periodistas. Reporteros sin Fronteras estima que en los 10 años recientes fueron asesinados, o desaparecieron, más de cien periodistas en México. La principal fuente de tales agresiones está en el crimen organizado. Es difícil esperar que en el corto plazo cambien esas condiciones de violencia. Pero la administración de Peña Nieto podría intensificar la persecución de los delitos contra periodistas y contribuir a la salvaguarda de informadores que han sido amenazados.

 

En otro plano, a la libertad de expresión se la restringe cuando el poder político utiliza recursos públicos para gratificar a unos medios y sancionar a otros. La propaganda gubernamental en medios electrónicos, lo mismo que impresos, es una extravagancia mexicana que ya resulta demasiado costosa. A partir de datos del grupo Fundar se puede estimar que el gobierno de Calderón gastó alrededor de 25 mil millones de pesos en la contratación de publicidad.

 

Pocos días después de la elección presidencial Peña Nieto dijo que propondría una comisión con autonomía constitucional para regular el gasto publicitario no sólo del gobierno federal sino, también, de los gobiernos estatales. Si no lo hace, será una de sus primeras promesas incumplidas.

 

A estas alturas, después de haber sido el candidato en campaña que más cuestionamientos recibió en medios convencionales y en redes sociales, Peña Nieto debe haber comprendido que la diversidad de opiniones y la crítica públicas serán acompañantes inevitables durante su gestión. Así es hoy la sociedad mexicana. La diversificación de los medios ya es un tema inamovible en la agenda pública. El nuevo presidente debe resolver si reconoce esa exigencia o se parapeta en viejas costumbres autoritarias para ir a contracorriente de ella.