En la sociedad de la obsesión por el espectáculo de las redes sociales un político sin popularidad es un delantero que no mete goles. Y en Brasil, se comprende mejor la analogía.

La popularidad es el único ruido político que escucha la sociedad obsesa por el espectáculo de las redes sociales y las telenovelas. Lo impopular es inaudible.

La presidenta brasileña Dilma Rousseff tiene 8% de popularidad y le quedan más de tres años de gobierno. No existe un mandatario en el mundo que supere a Dilma en impopularidad. Algo más, el 8% de los brasileños que la apoyan forma parte, en su mayoría, de sindicatos y clases populares, dos segmentos que mantienen una postura en contra de los recortes de su ministro de Finanzas, Joaquim Levy, mejor conocido como el señor de las tijeras. Así que no nos sorprenda que del 8%, Dilma descienda al 2% o 3% muy pronto. De ocurrir, se convertiría en la presidenta invisible frente a la sociedad del espectáculo. Un fenómeno nunca antes visto.

No sólo las encuestas le hacen bullying a Dilma. Standard & Poor’s etiquetó la calificación crediticia de Brasil como bono basura; la economía ya está en recesión y el PIB caerá entre 2.5% y 3% al finalizar 2015. Su moneda, el real, se devalúa. Pasó de 3.39 reales por dólar en julio a más de 4 en la actualidad.

No es casualidad que en el Latinobarómetro 2015 Brasil ocupe el último sitio en cuanto a la cercanía de los ciudadanos a los partidos políticos. Sólo 27% frente a 72% de Uruguay. Todo indica que en Brasil todo político se siente más cercano a Petrobras que a los ciudadanos: 49 políticos se encuentran imputados por corrupción en la petrolera. Entre ellos, 13 senadores y 22 diputados. Los presidentes del Senado y del Congreso también están siendo investigados. El tesorero del Partido de los Trabajadores (PT), el mismo al que Dilma está afiliada, se encuentra en la cárcel desde mayo pasado.

No es baladí recordar que la empresa petrolera brasileña tuvo pérdidas por sobrefacturación por más de seis mil millones de dólares entre 2004 y 2012. Los contratos fueron inflados hasta un 20%. Años de gloria del presidente Lula y de la presidenta del consejo de administración de Petrobras, Dilma Rousseff.

“El siglo XXI es el siglo de Brasil; ya perdimos alguna oportunidad, pero no perderemos ésta”, mencionó el entonces presidente Lula (en 2010) al revelar a los brasileños el descubrimiento de las mayores reservas petroleras en su país ubicadas en Itaboraí, a 50 km de Río de Janeiro. La ciudad dormitorio, en la que habitan 200 mil habitantes, Lula la proyectó como ciudad industrial, con una planta de tratamiento de gas natural, dos refinerías y una zona de procesamiento petroquímico. Cinco años después, Itaboraí es una ciudad con infraestructura comercial fantasma.

El caso Petrobras fue destapado en 2014 y sus efectos negativos irrumpen en muchos ámbitos. Por ejemplo, en la mayor constructora brasileña, Odebrecht.

No existe petrolera en el mundo con mayor deuda que Petrobras: más de 100 mil millones de dólares, el equivalente al PIB de Eslovaquia.

Pero para Dilma los problemas no terminan en Petrobras. Un fiscal la investiga por realizar química en los reportes de resultados del Estado durante la pasada campaña electoral. Opositores pidieron la destitución porque el último presidente brasileño que no cumplió con obligaciones fiscales fue el dictador Getulio Vargas, en 1937.

Dilma se ha debilitado tanto que su partido ya no controla el gobierno. El vicepresidente, Michel Temer, pertenece al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) mientras que Joaquim Levy está más cercano al partido de Aecio Neves, el opositor de Dilma en la segunda vuelta de las pasadas elecciones.

Dilma ya anunció un recorte en salarios de la cúpula burocrática en 10% y también en el gasto para las olimpiadas de 2016. Y sin embargo, Dilma se acerca al 0% de popularidad.