Para quien alguna vez pudo elegir entre si ir al Mundial con la selección de Brasil o con la de España, una extraña confesión: que su equipo, que su director técnico, ya no lo quieren.

 

Más sorprendente todavía si se considera que ese mismo club resultó campeón hace unas cuantas semanas y que lo hizo, en buena medida, gracias a sus goles: Diego Costa fue el máximo anotador del Chelsea en su camino hacia la cima de la Premier League, como dos años antes, en el anterior título de liga con José Mourinho, ya había sido igual de vital.

 

Añadamos a eso su edad –la mejor para un futbolista: 28 años– y que su traspaso supuso al equipo más de 50 millones de dólares.

 

Todo eso genera un panorama de máxima incomprensión, aunque el propio Costa, tan disruptivo ante el micrófono como lo es al ir por un balón en el área grande, zanjó con elocuencia: “Está claro que el entrenador no cuenta conmigo y no me quiere allí. Estoy en el mercado y por tanto busco equipo. Si el entrenador no cuenta contigo, hay que salir sí o sí. Me tienen que vender en las rebajas”.

 

Rebajas parece un término complicado para quien ha recibido ofertas del futbol chino que le convertirían en uno de los tres jugadores mejor pagados de la historia: 30 millones de dólares por año. Rebajas propiciadas también por sus declaraciones: ningún objeto de compra es más fácil de regatear que el que ya se sabe que no tiene interés de ser retenido por su dueño.

 

Nada nuevo en la carrera de este atacante hispano-brasileño. Lo que a la mayoría de los jugadores de su nivel les daría pena admitir (que han dejado de ser deseados por su institución, que necesitan hallar trabajo, que serán rematados cual saldos), para él, incluso habiendo podido elegir entre el Brasil de Scolari o la España de Del Bosque, no es más que un regreso a la etapa anterior en su carrera.

 

Diego Costa parecía destinado a ser por siempre uno de los humildes del balón, de los que pican piedra lejos de los reflectores y grandes eventos. Empecinado en triunfar, recorrió los clubes de Sao Paulo suplicando por una oportunidad, aunque sólo fue contratado por un desconocido cuadro de cuarta división y con un ingreso mensual por debajo del salario mínimo.

 

Su camino europeo continuó con esos aires de austeridad al llegar al Peñafiel de la segunda división lusitana. Lo siguiente fue una danza por varios equipos del ascenso español, hasta que el Atlético de Madrid decidió ejercer una opción de compra por él a cambio de un millón de dólares; dos años después ya era la estrella del campeón de liga y subcampeón de Europa, ya decidía si ir al Mundial como campeón defensor o como anfitrión.

 

En el futbol como en la vida, ciertos individuos parecen destinados a vivir contracorriente. Es el caso de este poderoso artillero. Entre lío y lío, entre ruptura y ruptura, ya se sabe, lo único seguro son sus goles y que habrá algún tipo de conflicto.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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