Justo al arranque del actual sexenio (un par de días después de que se firmó el Pacto por México), cuando todo era algarabía y el júbilo de los priistas se desbordaba, los observadores políticos objetivos e imparciales advertían a los jodidos que no se hicieran muchas ilusiones sobre un mejor futuro que prometían los funcionarios de la nueva administración.

 

Recordaban que el viejo sistema priista inventó la costumbre de prometer eso y más para el país, a partir de esperanzas e ilusiones surgidas desde el día en que destapaba a sus candidatos presidenciales, y consolidadas durante las campañas electorales. Invariablemente se repetía el extraño fenómeno de hipnosis colectiva que hacía abrigar esperanzas a muchos mexicanos que pensaban: “Ahora sí, con el próximo gobierno nos va a ir bien”. No importaba que muy pronto las ilusiones quedaran rotas. Iban y venían Presidentes priistas, pero jamás un Gobierno federal fue mejor que el anterior. Y lo mismo sucedió con los dos sexenios panistas, que fueron menos que mediocres, agregaban.

 

“La tradición sexenal de resurrección de ilusiones tiene, además, una vertiente que alimenta la suposición de que los integrantes del nuevo gabinete traerán consigo fórmulas cuasi mágicas para enfrentar la tarea que les espera. Por desgracia, no cambiará la dura y ruda situación nacional, por lo que no hay que hacerse muchas ilusiones…”, pronosticaban.

 

Pasaron los días, las semanas, los meses, y un par de años; el júbilo por los acuerdos del Pacto por México y por las reformas estructurales contagió a los principales funcionarios del gobierno, empezando por el secretario de Hacienda, quien anunciaba urbi et orbi que la economía de México crecería entre 4 y 5% anual; que este país sería otro al final del sexenio, y otras cosas hermosas, hermosas.

 

Un buen día llegó el desencanto y nos informaron que teníamos que tragar tubérculo poblano. Siempre no vamos a crecer a esos niveles porque los efectos de la economía mundial están haciendo mella en nuestro país, además de que la estrepitosa caída de los precios del petróleo nos está pegando con tubo, nos informaron. Pero no se preocupen, los fundamentales de la economía “están de pelos”, y eso es lo que importa. Vamos a seguir igual de jodidos, pero nada más, quisieron decirnos. Después, escuchamos la advertencia de que el “Titanic” se estaba hundiendo, y no faltaron quienes sospecharon que el capitán de la embarcación sería el primero en “echarse al agua”, lo cual ocurrió la semana pasada en una ceremonia muy emotiva, en donde hasta le dieron las gracias por sus servicios prestados a la patria.

 

Llegó el nuevo secretario de Hacienda para encargarse de dirigir las maniobras de la zozobra, con un discurso recargado de demagogia financiera, diciendo lo mismo que su antecesor: “Que los fundamentales de la economía siguen de pelos, que el elevado endeudamiento no es motivo de preocupación, que a pesar del recorte presupuestal para 2017 seguiremos creciendo; que los programas sociales seguirán siendo los mismos; que el paquete económico envió un mensaje de certidumbre”… de que seguiremos fregados, pues.

 

¿O sea que con la llegada de José Antonio Meade no va a cambiar nada? Preguntan los analistas financieros, bursátiles, políticos bisoños. ¡Pues claro que no! Responden los observadores. Videgaray seguirá dictando la política financiera y económica de este país y mangoneando a todos los funcionarios públicos que alguna vez fueron “sus fichas políticas”, y a otros, agregan. ¡Ah, bárbaro!