¿Estás harto del tráfico y la contaminación o te molesta vivir rodeado de edificios, con poca vegetación o parques enormes donde poder ir a pasear con tu mascota?, quizás lo tuyo sea vivir entre la naturaleza, y no por ello debes sentirte “anormal” pues algunos no nacimos para el ajetreo de la urbanización.

 

Cambiar los enormes edificios y las convulsas autopistas por las arboledas y las calles angostas significa un paso vital para cualquier persona que poco tiene que ver con el concepto de “nuevo hippie” que se ha instalado en el imaginario colectivo, significa un paso vital para cualquier persona

 

Calificativos como hippie, raro o alternativo tienden a mitificar los casos de ruralidad, afirma Ángel Panigua, geógrafo y miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien estudia este fenómeno desde hace más de 20 años, especialmente en zonas despobladas.

 

La mayor parte de la gente que se muda a estos territorios es porque quiere tener un proyecto de vida, que entra en la normalidad de las situaciones que tenemos todos. Es decir, que acepta sus responsabilidades económicas“, explica el experto.

 

El sustento y el trabajo, entonces, constituyen una de las bases fundamentales para que el día a día de un “urbanita” funcione en el campo. “Comenzar un proyecto allá puede ser tan difícil como en una zona urbana”, subraya Paniagua.

 

Incluso, hoy en día existen organizaciones que ofrecen información y asesoramiento de manera gratuita a aquellas personas que planean asentarse en pueblos con problemas de despoblación, como es la Fundación Abraza la Tierra.

 

Al respecto, Eva María González, coordinadora de esta iniciativa sostenida por 18 grupos de acción local, explica a la agencia de noticias EFE que cualquier persona, pareja o familia, interesada en comenzar un nuevo proyecto cerca al campo, tiene que tener claro cómo se va a ganar la vida.

 

“Eso es lo más importante, pues si bien en estas zonas se puede vivir con menos dinero porque los servicios de vivienda y educación suelen ser más baratos, se necesita un mínimo de ingresos para subsanar las necesidades, especialmente si hay hijos de por medio”, enfatizó.

 

Si bien González percibe que “el interés por ir a vivir al medio rural crece exponencialmente“, según Paniagua, “las consecuencias cuantitativas de este fenómeno, en término demográficos, son estables“. Es decir que, “el balance entre las personas que van de las zonas rurales a las urbanas, o al contrario, está prácticamente estabilizado”.

 

¿Quiénes son los neorrurales?

 

De acuerdo con Paniagua, este fenómeno “engloba un abanico muy grande de casos que incluye a diferentes personas, entre ellas, las que migran porque tienen una oferta laboral, que no son tampoco muchas, las que tienen dificultades económicas y, por cuestiones hereditarias o sociolaborales, se mudan al pueblo de sus ancestros; las que se jubilan, las que buscan radicarse en un entorno que consideran más adecuado y su profesión le permite movilidad espacial, o, simplemente, aquellas que planean formar una familia y piensan que es mejor instalarse en una zona rural“.

 

Por lo general, la mayoría de estos ciudadanos se insertan en el sector de los servicios y la hostelería, ya sea para emprender su propio proyecto o emplearse. Esto, afirma González, debido “al amplio patrimonio cultural y artístico que tienen estos territorios”.

 

Sin embargo, Paniagua percibe cierta saturación de oferta y de competencias en este sector.

 

Sucede todo lo contrario en el ámbito de la agricultura y la ganadería. Los expertos aseguran que son los sectores que menos empleo ofrecen a la población de afuera. Según González, “porque son explotaciones pequeñas, familiares, que no necesitan de mano de obra y entre los mismos integrantes se acomodan”.

 

Además, explica Paniagua, porque “la inversión que tiene que hacer ahora mismo una persona para tener una explotación de la tierra económicamente viable es muy grande“.

 

Entre el campo y la ciudad no existe rivalidad

 

De acuerdo con Paniagua, por lo general quien se traslada de la urbe a una zona rural fomenta el tejido social. Es decir, que esa rivalidad o confrontación con la que se suelen presentar los estilos de vida de estos dos universos no son del todo ciertos. “No se trata de dos bloques tan homogéneos, ni tan antagónicos como se cree, ya que el medio rural es muy complejo y no hay que caer en simplismos”, afirma el experto.

 

Hay que considerar que la movilidad de la población es un factor y un derecho de todos“, resalta Paniagua. De esta manera, las zonas rurales no se puedan ver como un container, sino como un fluido de territorios y personas que se interrelacionan.

 

Entonces, enfatiza el investigador, “todo el mundo tiene derecho a vivir donde considere oportuno, tanto el agricultor que quiere pasar el invierno en una capital, como el ‘urbanita’ que va al pueblo“.

 

El valor del individuo en las zonas rurales

 

Por lo general, las personas creen que quienes viven en entornos más naturales, donde habitan un número reducido de habitantes, tienden a ser más conscientes del valor de la vida en comunidad. Y aunque Paniagua no dista de esta idea, sí la matiza, pues según él, “los valores unidos al concepto de ruralidad se han mitificado mucho”. Si bien, explica, “el vivir en una comunidad pequeña imprime cierto carácter a las personas, hay muchos valores que están entrecruzados“.

 

Para la coordinadora de Abraza la Tierra, quien vive en una comarca al noreste de Segovia, España, las personas interesadas en hacer este cambio, casi siempre, apelan a la calidad de vida. “Quienes dan este paso tienen más tiempo para compartir con sus familias y fortalecer sus relaciones de amistad“, explica.

 

Esta cercanía entre unos y otros, explica González, limita la privacidad pero fortalece la colaboración mutua, especialmente en momentos de dificultad económica, pues “no se vive del huerto“.

 

La educación en el campo

 

Después de todos estos años de estudio, uno de los problemas más comunes que ha identificado Paniagua es que la educación puede ser un motivo de separación entre las familias que han decidido crecer en zonas rurales. En algunos casos, “las escuelas se encuentran lejos de sus casas y esto los obliga a recorrer distancias de más de dos horas“. Por otra parte, “cuando llega el momento de ir a la universidad, las familias enfrentan el dilema de mantenerse unidos, o disgregarse”, dice.

 

Si bien la educación en zonas rurales encuentra complejidades en el desplazamiento, tiene varios beneficios, entre ellos que la enseñanza es pública, gratuita y casi personalizada, explica González.

 

La falta de oferta educativa se presenta cuando el joven termina la secundaria y quiere ir a la universidad, porque no solo “debe separarse de su núcleo, sino que además genera un sobre esfuerzo económico”, constata.

 

Para subsanar estos problemas, Abraza la Tierra insiste en que se necesita una mejor comunicación. Esto, con el fin de que los jóvenes dispongan de mejores conexiones a Internet, para que puedan, también, realizar sus estudios a larga distancia.

 

Cierto es que hoy, gracias al desarrollo tecnológico, el campo se ha convertido en una opción viable para todo tipo de personas, incluidos arquitectos, traductores, periodistas, artesanos, artistas, entre otros. El requisito, entonces, es garantizar un plan de vida sostenido, disponer de los medios necesarios y, sobre todo, de una seguridad económica, que les permita emprender. (Con información de EFE)