Mis ojos de niña cuando vivía en mi querida Salamanca, se engrandecían al ver a los visitantes de Madrid, que me parecían como “seres superiores”. Sentada en la plaza mayor de Salamanca, les miraba y susurraba a mis amigas: “Mira, son de Madrid, se les nota mucho”. Me parecían cosmopolitas, seguros de si mismos y decían tacos con tanta naturalidad, que pareciese los hubiesen inventado. En la adolescencia iba algún fin de semana a Madrid y mis amigas madrileñas, que conjuntaban el uniforme del colegio con cazadora vaquera, me parecía que llevaban el estilismo más cool que nunca hubiera visto. Madrid se me hacía el colmo de lo moderno.

 

Gatos-de-Madrid
Madrid

He vivido en Madrid prácticamente la mitad de mi vida y nunca me he sentido especialmente apegada a ella. Ha sido desde que vivo en el centro de la ciudad, cuando estoy descubriendo ese Madrid “gatuno” (Para los extranjeros: Se llama “gato” a los habitantes madrileños, que al menos sus dos padres han nacido en Madrid) lleno de belleza y una castiza personalidad, que engancha. Madrid como las ciudades que recorremos al viajar, se descubre en el paseo, en perderse por calles que no conocías, curiosear tiendas insospechadas, degustar museos privilegiados y disfrutar de la tranquilidad de sus espacios verdes.

 

Gatos que aman Madrid. Gente de provincias, extranjeros que son madrileños, porque han hecho de la capital de España el centro neurálgico de sus sueños, porque Madrid es un poco nuestro Nueva York: Esa ciudad perfecta como base de operaciones, como descanso del guerrero, como punto de partida. Una ciudad donde conviven diferentes nacionalidades, diferentes personas, multiculturalidad a pequeña escala. Artistas, creadores, pensadores que encontraron en las calles de Madrid la inspiración para crear.

 

El pasado domingo Madrid vibraba con una energía especial, la ciudad inspirada por el cambio electoral, merecía ser paseada. La belleza de la capital alumbrándose en los diferentes barrios, la famosa esquina tan retratada y fotografiada de la Gran Vía, el parque de París, la plaza del Rey.  Era domingo y la gente disfrutaba de los nuevos tiempos que se aproximan a la ciudad, personas que sin querer despedirse del fin de semana, apuraban las terrazas ya casi a solas, al anochecer.

 

Los ojos ya adultos de la chica de provincias, contemplaban al anochecer la belleza y magia de Madrid. Seres superiores ni en Salamanca, ni en Madrid, ni en Nueva York. “De Madrid al cielo” dicen los madrileños, seguro que fue un gato quién maulló esta frase, conmovido por el amor a su ciudad.

 

 

“… Allá donde se cruzan los caminos,

donde el mar no se puede concebir,

donde regresa siempre el fugitivo,

pongamos que hablo de Madrid.

Donde el deseo viaja en ascensores,

un agujero queda para mí,

que me dejo la vida en sus rincones,

pongamos que hablo de Madrid..”.

 “Pongamos que hablo de Madrid”.  Joaquín Sabina.