Decía Francis Bacon que “una persona que quiere venganza, deja sus heridas abiertas”.

 

Bajo ese entendido es evidente que la herida sufrida por el Atlético en 2014 se ha mantenido supurante y sólo cicatrizará una vez que se ejecute idéntica afrenta al causante, el Real Madrid.

 

Porque la actual hegemonía colchonera por encima de los merengues apenas tiene precedentes en más de un siglo de rivalidad, pero es difícil que se le interprete como tal. Está el trauma de la final perdida en 2014 y están diez partidos posteriores con una escasa victoria madridista; se dio casualmente (o quizá empecinadamente) para eliminarlo de la siguiente Champions League con el gol de Javier Hernández: el derbi en España se ha pintado a rayas rojiblancas, pero en Europa conserva un inmaculado blanco.

 

A propósito de frases célebres, Jorge Luis Borges clamaba que “el olvido es la única venganza y el único perdón”, justo lo último que imaginamos en el discurso de Diego Simeone al plantear esta nueva guerra de guerrillas: ni olvido, ni perdón, el Atlético está salivando desde que supo que podía comer merengue en Milán.

 

Si tuvieron que transcurrir 59 ediciones para que dos equipos de la misma ciudad disputaran una final de Liga de Campeones, sólo ha sido necesario esperar una centena de semanas para que eso se repitiera y nada menos que con los mismos sinodales: un regalo del destino para el Atlético, con el riesgo de perder otra final contra el rival vecino (una derrota en el máximo partido, ya es irreversible; dos implicarían psiquiatra a perpetuidad).

 

Así que se jugará en Milán, pero inevitablemente se volverá a Lisboa. Unos por la sádica caída ahí padecida al minuto 94 y por la urgencia de redención. Otros, conscientes del martirio que significa enfrentar a sus vecinos y apegados a la épica que les permitió escapar de un ataúd ya varios metros bajo tierra.

 

El Atlético de 2014 era más equipo, mas la diferencia radica en que el actual no llega mermado por las lesiones y parece dominar todavía mejor los guiones ideados por ese cineasta gore que es Simeone. Al tiempo, este Madrid tiene más equilibrio que aquel (tanto explorar, para hallar la panacea en Casemiro, cuya mayor virtud es la practicidad), aunque emerge lastrado por un año de inestabilidad; el pro, la opción de reivindicarse que encontraron los jugadores con Zinedine Zidane; el contra, los pesares de otro ciclo de mala planeación.

 

¿Quién es el favorito? Siempre que se juegue en Europa, el Real Madrid…, justo como está más cómodo el Atlético, que torna sus limitaciones en fortalezas: agazapado en alguna cueva indochina, dispuesto a utilizar agua de coco como suero y listo para convertir a Milán en Vietnam.

 

El Padrino aconsejaba degustar en frío el platillo de las venganzas: imposible, seguramente admitiría Mario Puzo, en la cocina del futbol.

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