Tras sus huellas en Guatemala

 
Sus hijos abordaron un avión privado en el aeropuerto de Toluca. Volarían para reunirse con sus padres, a quienes no habían visto en semanas. El registro de pasajeros daba cuenta de ello. Destacaban los nombres de los tres menores -de 14, 10 y cuatro años- entre los ocho pasajeros de la aeronave, que despegó con destino a la ciudad de Guatemala. Desde ahí, el foco se encendió para las autoridades.

 
Una vez en territorio chapín, emprendieron el rumbo hacia la localidad de Panajachel, en el departamento de Solalá, un conocido lugar turístico famoso por las cristalinas aguas del lago Atitlán, una maravilla natural, cercana incluso a la frontera con México. No imaginaron que servirían como guía para dar con el paradero de uno de los personajes más odiados entre los mexicanos, hoy en día. Y no es poca cosa.

 
El rastro los llevó hasta un lujoso hotel con servicios de resort de lujo y vistas privilegiadas. Naturalmente, el nombre del sujeto no aparecía entre los huéspedes. Sólo quedaba vigilar con atención el movimiento. Unas horas después, en el lobby del hotel, apareció. Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, acusado de robar decenas de miles de millones de pesos y de hechos tan atroces y despreciables como haber sustituido tratamientos de quimioterapia para niños con cáncer con agua destilada, bajó a las áreas comunes del hotel. Elementos de la Policía Nacional Civil de Guatemala lo aprehendieron. Duarte pasó la noche en prisión en la misma ciudad en que fue detenido, en lo que hasta hace poco era un cuartel militar. Hasta el momento en que escribo estas líneas, permanece en una celda que comparte con 27 internos.

 
De Calabria a la Toscana

 
Terminó de cenar en un restaurante en la emblemática Piazza della Signoria. Pagó su cuenta en efectivo, como siempre lo hacía. Acompañado de un amigo de origen polaco salió, caminó algunos metros, cruzó la Viali di Circonvallazione y llegó a la vecina Piazza Beccaria. Fue entonces cuando fue alcanzado por cinco agentes de la Interpol. Uno de ellos lo abordó e incluso lo saludó de mano. Desorientado, parecía no entender lo que ocurría. Se le hizo saber que se trataba de un simple control de documentos. Él respondió mostrando un documento falso. Los policías fueron muy cuidadosos en no mencionar su verdadero nombre, pues no estaban seguros de su identidad. Así, fue trasladado a la jefatura de policía en donde las huellas dactilares no le dejaron mentir más. Finalmente un alto mando de la Interpol italiana le dijo: “Hola, señor Yarrington”.

 
Fueron autoridades de Estados Unidos las que, desde febrero, alertaron a dicha instancia sobre la posible presencia del ex gobernador de Tamaulipas en territorio italiano. Tras semanas de trabajo de investigación conjunto con el servicio central de la policía civil italiana, el objetivo fue localizado. Yarrington vivía solo en un modesto apartamento de la localidad de Paola, una pequeña ciudad en el sur de la bota, con poco más de 16 mil habitantes, enclavada en Calabria, la región cuna de la ‘Ndrangheta, una de las mafias italianas. La policía pensaba detenerlo hace justo una semana, el lunes pasado, sin embargo el todavía prófugo decidió viajar al Norte, a Florencia, en un trayecto que conocía muy bien por sus constantes viajes a la región de la Toscana. Pero los agentes no le quitaron los ojos de encima. Lo siguieron hasta que encontraron el momento preciso, justo cuando caminaba por las calles de la llamada Capital del Renacimiento que, para el tamaulipeco, se convirtió en el centro del ocaso.

 
En ambos casos, el Gobierno de México tiene 60 días para solicitar extradición. Javier Duarte entró de forma ilegal a Guatemala, por lo que su repatriación podría darse en poco tiempo. En el caso de Tomás Yarrington, tanto Estados Unidos como México lo quieren para ser juzgado en su territorio. Sin embargo, debido a la cantidad de delitos que se le imputan y al trabajo que ejecutó para dar con su paradero, las autoridades del vecino del Norte llevan mano.