El cine es símbolo de poder, tanto que sus estrellas adquieren un estatus casi divino que las coloca en un nivel por encima de cualquier persona normal. Y los festivales cinematográficos les representa esa inusual oportunidad de ser admirados por los simples mortales que los idolatran y que encuentran en la pantalla grande un escape, una respuesta o un espejo a sus propias existencias. O por lo menos así solía ser.

 

Pero cuando en el que es considerado el festival de cine más prestigioso del mundo pasan a un segundo término las películas, sus realizadores y las historias proyectadas, y las noticias más sobresalientes tienen que ver con el generoso escote de una actriz, lo revelador del vestido de otra, la prohibición por parte del comité organizador de tomarse selfies en la alfombra roja o la discriminación hacia las mujeres que no porten tacones de cierto tamaño en los eventos de gala, entonces algo no está funcionando.

 

poster cannes

 

Y es que el Festival de Cannes -que antaño era considerado un recinto exclusivo para filmes no comerciales, el Olimpo donde interactuaban nombres como Bergman, Truffaut, Gavras, Tarkovsky, Buñuel o Herzog- se ha convertido, en los últimos años, en un fantasma de sí mismo. Cada vez más grande en tamaño y alcance, pero un tanto estéril en cuanto al impacto global de los filmes que presenta, Cannes ha pasado de ser un espacio revolucionario y atrevido -en el que hicieron historia filmes como María Candelaria, La Dolce Vita, Un homme et une femme o Taxi Driver– a convertirse en un gran anuncio en el que pareciera que lo que menos importa es el cine, sino vender un producto, aunque éste no tenga nada que ver con el celuloide. Si no, ¿de qué otra manera se explica la presencia de modelos de Victoria’s Secret o socialités como Kendall Jenner o Kim Kardashian en la alfombra roja del Palais des Festivals et des Congrès?¿Qué le aportan a Festival? ¿Tuits? ¿Grandes fotos en portadas de periódicos? ¿Millones de hits a través de las redes sociales? Y lo mismo aplica para las noticias arriba mencionadas. La pregunta es: ¿Dónde queda el cine?

 

Quizá sea el signo de los tiempos actuales, en los que lo único que importa es la inmediatez, la cobertura en tiempo real de cualquier suceso por insulso o fútil que sea, la noticia fácil… pero Cannes (aunque parece que se ha empeñado en ello), no es Hollywood y su enfermiza fascinación por la fatuidad. Es lamentable que en esta edición del legendario festival las notas más comentadas vayan en un sentido que no es el del quehacer cinematográfico.

 

Cannes es demasiado importante como para ello. Incluso, ha sido histórico en años recientes para el cine mexicano con los triunfos como Mejor Director de Alejandro González Iñárritu (2006), Carlos Reygadas (2012) y Amat Escalante (2013), y este año pudiera repetirse con Michel Franco y Chronic; tiene sus todavía prestigiosas secciones paralelas, así como el famoso “mercado” en el que todo mundo busca vender sus películas con algún distribuidor para que puedan ser vistas. Todo ello es más que loable, pero en un nivel general, para el gran público que no conoce los tejes y manejes del Festival, la percepción es que ha perdido el brillo que solía tener y que se ha devorado a sí mismo. Necesita volver a hacer del cine su punto neurálgico en todos sentidos. Sólo así podrá dejar de ser un fantasma que ofrece mucho brillo, pero poca sustancia.

“Si las noticias más destacadas de Cannes no están relacionadas con el cine, algo no está funcionando”