El que una celebridad se desnude no es novedad. De hecho, el cuerpo femenino siempre ha sido motivo de inspiración para que los artistas lo plasmen en sus obras, sean pinturas, esculturas o literatura. En el mundo del espectáculo, quizá el desnudo más famoso hasta la fecha siga siendo el que realizó Marilyn Monroe cuando sólo tenía 22 años, todavía no era conocida y para pagar sus gastos posó al natural para el fotógrafo Tom Kelley por únicamente 50 dólares. Actualmente, dicha sesión de fotos vale cientos de miles de billetes verdes.

 

Pero una cosa es realizar un “desnudo artístico” (ambiguo término que con los años se ha degenerado para justificar la aparición sin ropa de un famoso en una película o revista), y otra muy diferente caer en lo grotesco y francamente pornográfico, como lo ha venido haciendo un día sí y otro también la controvertida y descontrolada Miley Cyrus.

 

columna miley

 

Esta ex chica Disney, quien cautivó a millones cuando era adolescente gracias a la serie Hannah Montana y es hija del famoso cantante de country Billy Ray Cyrus, se ha convertido en el epítome de lo sexualmente desagradable, y en un terrible ejemplo para las niñas que la pudieran ver como un modelo a seguir. No, no se trata de ser moralino, pero la velocidad y el alcance que tienen sus fotografías (en las que de tiro por viaje muestra uno o ambos pezones, en las que aparece en poses sexualmente agresivas o, como una de las más recientes, en la que aparece masturbándose) son más que inapropiadas para un menor de edad.

 

Ella no es, por supuesto, el único caso. Desde que existen las redes sociales el número de “celebridades” que suelen recurrir a este tipo de expresiones ha aumentado de manera exponencial. Desde Paris Hilton hasta Lindsay Lohan, pasando por supuesto por ese monumento a la estulticia que es Kim Kardashian, quien ha aparecido desnuda en todas las maneras posibles en diversas revistas.

 

Pero, ¿de quién es la culpa? ¿De ellas que para encubrir su falta de talento y de neuronas recurren a auto-prostituirse y mostrar su cuerpo? ¿O de sus miles, millones de “fans”, “followers” y morbosos que ven (y replican) dichas imágenes? ¿Es culpa de los medios que entran en su juego y le dan espacio con tal de tener más audiencia?

 

Un proverbio japonés señala que una reputación de mil años puede depender de la conducta de una hora. En el caso de Miley y compañía, depende de una provocativa selfie o una actitud que se disfraza de “rebelde” o “transgresora”, pero que en realidad habla de uno o varios problemas psicológicos que padece y que serían motivo de un análisis más profundo.

 

No, la culpa no es de Miley, sino de quienes promueven, hasta el hartazgo, su lamentable personalidad. Y ahí, que cada quien se ponga el saco que le quede. Como solemos decir en México, la culpa no es del indio, sino quien lo hace compadre…