Los tiempos exigen tener nítidos a los enemigos, pero mucho más a los amigos. México es un país con muchísima gente educada por la televisión, una nación donde la mayoría se ha acostumbrado a irse a dormir con el bombardeo apocalíptico del noticiario nocturno de mayor penetración nacional.

 

Un noticiario que en vez de ejercer un periodismo profesional para denunciar y exhibir a los malos funcionarios públicos en aras de contribuir en el desarrollo social y económico del país, utiliza su influencia para atacar solo a las autoridades que no se someten y mantener en el redil a las demás.

 

El raiting de ese noticiario en realidad es el número potencial de gente que es manipulada por los contenidos de la televisión nacional, por los agoreros del desastre y soldados serviles de los intereses de los verdaderos ministros de Educación Pública: los industriales de la televisión.

 

En tanto, las autoridades educativas del país ocupan su ancho de banda para medio administrar un conflicto magisterial permanente, en vez de trabajar en proyectos que revolucionen el sistema de enseñanza pública y privada en México.

 

Existen escuelas privadas de educación primaria que han desarrollado de motu proprio modelos constructivistas mediante los cuales los niños son motivados a descubrir el conocimiento para transformarlo en uno nuevo. Es decir, adaptan corrientes académicas para detonar la revolución formadora de talento humano.

 

El Estado, en tanto, mantiene vigente un anacrónico paradigma educativo creado en 1921: Un libro de texto obsoleto y un método de enseñanza-aprendizaje basado en la memorización. Esto en un contexto donde Internet es la memoria del conocimiento humano al servicio de la formación de talento humano (herramienta ausente en las aulas de la educación básica pública).

 

Este país para aspirar mínimamente a la competitividad internacional, y recuperar el respeto perdido ante la mirada del mundo, necesita ya a la madre de todas las reformas: la educativa. Esa que debería formar personas íntegras, con principios humanistas y con una creatividad fomentada desde la infancia.

 

No es mi intención iniciar un debate en torno a si la producción y reproducción de la ignorancia, la inhibición del apetito indagador y fomentar la somnolencia creativa es o no una estrategia del México postrevolucionario para que la clase política en el poder se ‘legitime’ hacia los ojos de la población.

 

Más bien busco identificar cuántos ciudadanos en pleno uso de nuestras facultades mentales estamos dispuestos a señalar a los funcionarios para que rindan cuentas.

 

No es posible que vivamos en un país donde el máximo logro visible de la educación pública sean los graffitis, con los cuales los estudiantes muestran su desprecio hacia su propia escuela y la propiedad privada que tiene la desgracia de tener vecindad con un colegio público.

 

El vandalismo estudiantil se ha convertido ante la mirada complaciente de delegados, presidentes municipales, gobernadores y jefes de gobierno, policías, autoridades federales… en el decorador número uno del paisaje urbano.

 

La escuela forma empleados para un mundo que no genera plazas de trabajo, los jóvenes de uniforme expresan su frustración, resentimiento social y desprecio por la educación mediante garabatos vandálicos que perjudican la propiedad privada y generan una deleznable contaminación visual.

 

Las ratas siempre vivirán como ratas. La gente debería vivir como gente. ¿Hasta cuándo vamos a permitir que las autoridades –servidores públicos que nosotros les pagamos con nuestros impuestos- sean promotores del crimen, la violencia, la ignorancia, la impunidad y la corrupción porque han hecho de esos antivalores civiles un enorme negocio?

 

Cuántos ciudadanos hay en pleno uso de sus facultades mentales que estén dispuestos a detonar un cambio denunciando y exhibiendo públicamente a los malos funcionarios públicos; exigiendo la aplicación de la ley, y rompiendo con el círculo pernicioso de la corrupción.

 

En un México donde la verdadera Secretaría de Educación Pública ha sido por décadas la televisión, ¿cuántos mexicanos habemos dispuestos a recuperar las calles, la tranquilidad y el prestigio internacional de México?

 

Los tiempos exigen tener nítidos a los enemigos… pero más a los aliados.

VENTANA

 

Cuántos ciudadanos hay en pleno uso de sus facultades mentales que estén dispuestos a detonar un cambio denunciando y exhibiendo públicamente a los malos funcionarios públicos; exigiendo la aplicación de la ley, y rompiendo con el círculo pernicioso de la corrupción