El atentado cometido en Niza la semana pasada alimenta la sofisticación de los que lo realizaron. El DAESH volvió a demostrar que le lleva una distancia considerable a Occidente.

 

Hace tiempo que el mal llamado Estado Islámico abandonó los atentados convencionales de la bomba y la pistola para dejar unas rúbricas que parecen casi obras de arte del terror, ingeniería del miedo pulida por la imaginación de las mentes enfermas.

 

¿Cómo iba a imaginar alguien que el DAESH pudiera tener secuestrado durante unas horas al Presidente de la República Francesa? Es lo que ocurrió en noviembre cuando aquellos locos-bomba se detonaron en las puertas del estadio de futbol y 90 mil personas, incluido el mandatario, no pudieron salir de aquel recinto deportivo.

 

Sin embargo, este último atentado se ha superado. Además, hay muchas interrogantes que no llego a entender.

 

Nunca entendí cómo se permitió que un camión de las características que manejaba el asesino pudiera circular por las calles estrechas de Niza. Cuando vi aquellas calles angostas me pregunté cómo nadie de las fuerzas de seguridad del Estado francés le puso un alto al terrorista.

 

Nunca entendí cómo no había ni un solo policía en el principio del Paseo de los Ingleses. En un estado de emergencia en el que, el propio Presidente de la República tiene la autoridad de tomar cualquier decisión para proteger a la ciudadanía, tenía que haber habido vigilancia en todo el paseo marítimo. Un comisario me explicó que la Prefectura lleva la Gendarmería, y las alcaldías llevan la policía municipal. Según me contó el comisario, entre las autoridades de ambas policías hay una gran rivalidad.

 

En un estado de emergencia, en un país donde ya se han producido cinco atentados en algo más de año y medio, no caben ni las rivalidades ni los chismes. Y mucho menos en un país como Francia.

 

Nunca entendí por qué el mismo camión –que era imposible que pasara desapercibido– realizó el mismo trayecto la víspera de cometer el atentado. Si las cámaras de seguridad instaladas en la calle lo grabaron, ¿cómo es posible que nadie investigara el hecho de que un vehículo de ese tamaño transitara por el mismo lugar los días 12 y 13 de julio, respectivamente?

 

Nunca entendí cómo ningún policía le dio el alto o disparó a las ruedas desde el momento en que fue avistado cerca del paseo.

 

Son demasiadas interrogantes sin explicación, hasta ahora.

 

Perdón, pero yo sigo sin creerme la peregrina versión de que el terrorista actuó solo; que era un lobo solitario. No me lo puedo creer. Un lobo solitario claro que puede actuar solo. Además, es muy sencillo. Se necesita tener un cuchillo o un bate de béisbol o un hacha como acaba de ocurrir en Alemania. A partir de ahí sólo necesita gritar un “Dios es grande” y empezar a golpear a diestra y siniestra. Eso sí es un lobo solitario, al que por cierto cada vez se le teme más en Europa. Es muy difícil actuar contra ellos y mucho menos detenerles.

 

Eso es una cosa, pero muy distinto resulta que un tipo conduzca un camión, asesine a 84 personas y deje más de 200 heridos. Para ello requiere de todo un aparato de logística. No hay más que pensar en la renta del camión, las huellas, la financiación. Forzosamente necesita apoyos para pergeñar algo de esa naturaleza.

 

En noviembre pasado, tres comandos burlaron a la Gendarmería de París. Estamos hablando de París. Mientras esos locos-bomba teniendo como rehenes en el estadio al Presidente de la República y al ministro de Exteriores alemán, los otros comandos iban asesinando libremente y sin piedad por las calles de París. Fue un atentado perfecto. La distracción hizo que la mayoría de los efectivos fueran al estadio y los terroristas llegaron a matar a 130 personas.

 

Ahora ha sido un camión desbocado que ha arrollado a decenas de personas. ¿Qué será lo siguiente? ¿Una bomba sucia? Lo digo porque, según la inteligencia de varios países serios, el DAESH podría tenerlas.

 

No me extraña que te preocupes, querido lector. No es para menos.