Hace más de una década estaba en Washington DC en una conferencia de Microsoft. Cuando regresé al hotel por la noche, pasé por el lobby y en el bar del lugar estaba Steve Ballmer con otro sujeto, tomando whisky. Llegué directamente a saludarlo. Me tendió la mano y me pidió que me sentara.

 

Me presentó con su acompañante, el CEO de Computer Associates en ese entonces. Me invitó un trago el jefe de la, en ese entonces, empresa de tecnología más poderosa del planeta. Le dije que no, muchas gracias. No podía, primero, porque no traía en la bolsa suficiente dinero como para tomarme con ellos un par de vasos de 40 dólares o los que fueran necesarios para aguantarles el ritmo en ese lujoso lugar. Ellos, acostumbrados a ganar millones de dólares al año y yo, apenas con lo suficiente para comer al día siguiente.

 

EXDIRECTOR DE MICROSOFT STEVE BALLMER COMPRA A LOS CLIPPERS DE LOS ÁNGELES

 

Le dije a Steve Ballmer que solamente me acerqué a saludarlo y a solicitarle una entrevista, y que me encantaría platicar con él lo más pronto posible sobre tecnología y su impacto en la economía de los países pobres. En ese entonces ese era el discurso, compren tecnología para ser desarrollados.

 

 

Steve Ballmer me dijo que les comentara a sus representantes de prensa que había platicado conmigo y que agendaran una entrevista lo antes posible. Me preguntó otra vez si de verdad no quería un trago. Sí quería, pero no podía. Le dije que no quería interrumpir la charla, muchas gracias.

 

Al salir del bar, pensé que era un idiota. Un reportero demasiado respetuoso. Tenía que haber lanzado unas preguntas a botepronto y grabarlas. O sentarme a platicar con ellos y conseguir un texto a partir de la conversación de los dos líderes.

 

Ni modo, así pasa algunas veces, tienes al personaje de frente y tratas de ser respetuoso y ético, no atacando la privacidad o interviniendo en asuntos que no son de nuestra competencia.

 

Mi amigo Javier González, que en ese entonces trabajaba para Microsoft, me dijo que solicitaría la entrevista, tal como dijo Ballmer.

 

Pasaron algunos meses antes de que me llegara una invitación para ir a Boca Ratón, Florida, a una reunión de Microsoft. Javier me dijo que ahí tendría mi entrevista, la charla que Ballmer me prometió.

 

Y así fue. Pude platicar con él. Aunque no fue tan buena la experiencia de ese encuentro, primero, porque no fue exclusiva, estaba en un cuarto con varios representantes de los medios de América Latina. Y uno de ellos, un viejito chileno que se sentía el dueño de Microsoft o más sabio que los ejecutivos, quemaba el tiempo de la charla con Ballmer haciendo sus comentarios de más de cinco minutos. Me cayó muy mal porque además de quemar el tiempo, interrumpía cuando preguntábamos, tratando, según él, de complementar las preguntas que hacíamos, como si de verdad fuéramos los reporteros más estúpidos del planeta.

 

Terminé la entrevista, salí corriendo al cuarto del hotel y me encerré a escribir. Después de un par de horas de trabajo, con el texto en mis manos, lo envié a mi periódico de urgencia. Traía una entrevista con un gran personaje, una charla que había esperado meses.

 

Al otro día, cuando revisé el diario, encontré mi texto recortado, perdido entre las notas secundarias de la sección de Negocios. Resulta que el editor en turno decidió que un texto que escribió, creo que de la Coparmex, era más importante que una charla con el hombre más poderoso del mundo de la tecnología y los negocios en ese momento.

 

Ese recuerdo llega a mi mente porque acabo de leer una entrevista que le hizo Forbes a Steve Ballmer, en donde habla de su vida después de Microsoft, de sus planes de inversión y de sus nuevos intereses, lejos de la firma de Redmond, en la que estuvo décadas al lado de Bill Gates, compartiendo triunfos y fracasos.

 

El mundo ha cambiado mucho en la última década: mi editor ya murió, al viejito pelirrojo entrometido no lo he visto desde entonces (y me alegro), Gates y Ballmer están lejos de la tecnología y mi amigo Javier hoy también está en otros campos de batalla.

 

Y yo, trato de ser cada día mejor reportero, y todavía no me alcanza para pagar tragos de 40 dólares con altos ejecutivos, lo cual agradezco, pues así entiendo cuál es mi lugar en la cadena alimenticia global.