PEKÍN. Cruzas la puerta y el frío de las calles se te olvida, es como si te acercaras a una fogata. Afuera está helando y este restaurante de unas seis mesas está casi lleno. Su dueño, un europeo de bigote que viste como si fuera un vaquero estadunidense, nos recibe con un trago de una bebida especialmente preparada por él que en realidad es una mezcla de fuerte alcohol con alguna yerba que debía tomarse con agua caliente.

 

Me dice que si me gusta el té y acto seguido tengo una copa en la mano que acaba por calentar mi cuerpo por dentro. De golpe. El líquido que sale de la tetera sabe a té, sabe a vodka y se siente caliente. Por lo general, dice el anfitrión, vienen jóvenes chinos con mucho dinero a cenar, pues para el promedio de la población, es un restaurante costoso.

 

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Nuestro amigo vende cortes de carne con ensalada. Cerveza fría y vino. Algo simple para el paladar de esta cultura milenaria, pero un alivio para quienes venimos de culturas más primitivas. Los jóvenes alrededor, hombres y mujeres vestidos elegantemente, platican sin dejar de mirar la pantalla de su teléfono celular, es más, los hombres están metidos en sus videojuegos mientras mastican un buen pedazo de bistec y las mujeres juegan con las copas de caldos europeos texteando al mismo tiempo.

 

Mi nuevo amigo nos dice que los chinos prefieren servirnos a nosotros, los extranjeros, porque los jóvenes que nos rodean son muy groseros con ellos. Los humillan a la menor provocación. Son esa especie de nuevos ricos que juegan a sentirse poderosos despilfarrando y maltratando.

 

Es el último día de un recorrido que hicimos por uno de los cuarteles generales de Lenovo, la principal fabricante de computadoras del mundo. Llegamos a este país para tratar de conocer los planes de la firma en América Latina, principalmente en México, ahora que nuestro país voltea nuevamente los ojos hacia aquella nación.

 

Unos días antes, uno de los consultores de Lenovo nos explicaba que el futuro de las manufacturas será África y Corea del Norte, que eso lo sabe bien China y está aprovechando que nadie le pone atención a esos lugares para ganar terreno. “Ustedes lo llaman cabildeo, pues bueno, los chinos no lo llaman así pero deben fijarse cómo están tejiendo sus relaciones en África y en Corea del Norte”, nos dijo el sujeto minimizando la importancia que le dábamos a México en el escenario global. El futuro de la producción y la mano de obra barata ya está en otra parte.

 

Después de devorar un pedazo de carne y un par de cervezas, mi amigo se sienta de nuevo en la mesa y nos advierte que no podemos decir su nombre, pero que tiene una historia que debemos investigar. No aguanta más, quiere compartir el secreto y sabe que nosotros entenderemos. De pronto dice que si estamos enterados de la historia reciente de Corea del Norte, de Kim Jong-un y de su tío, Jang Song-tae. Dice que cuando el líder de Corea del Norte mandó matar al hermano de su padre, también pidió cazar a su medio hermano, Kim Jong-nam.

 

Kim Jong-nam vivía en Macao y un comando atacó sin éxito su residencia. De pronto, volvió a desaparecer del radar. El hijo más grande de Kim Jong-il es considerado un desterrado que si quisiera, podría reclamar su trono. Pero vive lejos de su patria como un millonario misterioso.

 

Mi nuevo amigo nos comparte que hace unos meses comenzó a notar mucha vigilancia en su fraccionamiento. Militares chinos y agentes especiales afuera y adentro del complejo residencial, las 24 horas del día. Un día notó que toda la vigilancia estaba alrededor de un coreano que en ese momento regaba su jardín y saludaba a los que lo miraban con una sonrisa amplia. “Kim Jong-nam es mi vecino”, suelta el extranjero que lleva unos ocho años con su restaurante en esta ciudad. China lo está cuidando, sugiere, está cuidando a quien puede ser uno de sus mejores aliados en el futuro.

 

Al salir al frío de la calles de Pekín parece que despertamos de un sueño, nadie podrá creerlo.