Si Carlos Slim lo dice, yo lo hago. Sobre todo si se trata de cosas económicas y/o financieras (si me recomienda una dieta quizá no le haría caso). Pero desde aquí quiero agradecerle ese gesto –tan criticado por algunos y tan bonito para esta columnista– de darnos consejos para lidiar con el loquito de Trump y no morir en el intento.

 

 

Se ve que el magnate Slim se levantó, se estiró, desayunó y dijo: “Voy a ayudar a estos pobres muchachos”. Nos vio a los mexicanos como unos huerfanitos a la deriva y se lanzó a salvarnos. Dios, qué asquerosa es la orfandad.

 
Como el buen samaritano que ayuda a un ciego a cruzar la calle, como el espontáneo que dirige el tráfico cuando se descomponen los semáforos y no hay ningún policía ni autoridad a la vista o como esa alma caritativa que rescata a los niños que comen tierra o caca de perro en los parques mientras sus madres chatean o ligan. Pues así.

 
Por cierto, no es la primera vez que Súper Slim es nuestro héroe. Hace algunas semanas empezó a circular en los grupos de WhatsApp la carta que él escribió para todos sus empleados. Algunos dicen que es falsa, pero me vale. Porque desde que llegó la imprimí y la pegué en el refrigerador con toda la ilusión del mundo, a la vista de todos los habitantes de la casa, incluido el perro.
En la misiva, don Carlos recomendaba desde evitar las tarjetas de crédito, pagar las deudas y no prestar dinero, hasta cuidar las hojas de la papelería, cuidar nuestra chamba, mantener el dinero en el banco, no gastar en cosas inútiles para cuidar la economía familiar y mantenerse saludables.

 
Ahí me tienen sermoneando a mi hijo y la señora que nos ayuda en casa: “Si Carlos Slim dice que debemos ahorrar, vamos a ahorrar y punto, se acabó” (ja ja ja). Los dos me observaban con cara de “oh no, ya le volvieron a surtir la pastillita loca”.
Conocí a Carlos Slim hace varios años en un concierto de Mijares y me pareció un hombre muy seguro de sí mismo. Olvídense de los millones: iba vestido de rosa en pleno 14 de febrero. Y se emocionaba con el himno “No se murió el amor, granos de arena, gotas de lluvia, globos de espuma, mitades de un total… matemáaatico”. Tenía en los ojos la combinación perfecta, o sea, amor + dinero.

 
La segunda vez que nos encontramos (escritora guapetona pero modesta y millonario, ya sea en el puesto dos o en el cuatro) fue saliendo de una corrida de toros en la Plaza México. Él había debutado con poca suerte como ganadero (no se puede tener todo en la vida) y venía platicando con otro hombre de su rodada –digo, de edad– y con Emmanuel. Así que yo le aventé besos al cantante y el ingeniero Slim aprovechó la atmósfera plena de romanticismo y me cerró un ojo. Bueno, dicho correctamente, me guiñó un ojo para que no suene a puñetazo. Debo confesar que me entró un nerviosismo raro. Ay, no sé. Es que nunca había estado en el mismo espacio –llámenle metro cuadrado– que 72 mil millones de dólares. ¿Les ha pasado? Por cierto, ya pasaron algunos años y ahora solo tiene 50 mil. La vida no es fácil.