Ayer me encontré con muchas caritas tristes en la colonia. Pensé que otra vez no teníamos agua, que la banda delictiva del parque había reaparecido o, peor aún, que algún desalmado clausuró el restaurante chino. Pero no.

 

Resulta que mis vecinos leyeron en el periódico que el Senado decidió dejar para después –en las sesiones extraordinarias– el asunto de la marihuana que les envió el Presidente.

 

Aunque soy una novata en yerberismo –no distingo entre cilantro y perejil– reconozco a los pachecos y sé que están sufriendo. Es que vivo en una zona cuyos habitantes tienen en alta estima al cannabis, a los perros y a la comida orgánica. En ése orden.

 

Ustedes, lectores, ¿han probado la marihuana? Yo, sinceramente, sí. Pero debo decir que soy una especie de fumadora social y mis churros han sido aspirados casi de la mano de las altas autoridades. Mi primera vez fue en el estadio Camp Nou de León, en un concierto gigantesco de Carlos Santana, auspiciado por el Centro Fox.

 

Ahí descubrí que lo mejor de los eventos masivos es que puedes estrechar lazos de fraternidad con los desconocidos y terminar hermanado de quien sea. Y cuando digo “quien sea” significa Vicente Fox y Martita Sahagún.

 

Terminamos íntimos gracias a las notas de “oye como va, mi ritmo” y a la oleada de mota que –quieras que no– te une y hace que sientas amor hacia el universo y todas sus criaturas. Sí, fuimos compañeros de inhalación involuntaria, aunque lo de ‘involuntaria’ no quita que la veamos con cariño.

 

Varios años después hice algo malísimo: confieso que fumé en pleno Reforma. Delito en vía pública. Pero a mi favor debo alegar que fue por culpa de Mancera, que nos regaló un concierto de Santana (¡otra vez!). El mismo y con la misma. Y no darte un toque cuando oyes en vivo al guitarrista, es como un pan sin mermelada.

 

Me acuerdo que, en lugar de cantar, estuve rezando para no encontrarme a nadie insolidario o a algún paparazzi con poco compañerismo. Pensaba: “Ojalá que despenalicen la mota ahorita, porque si hacen una redada nos van a llevar a todos”. Claro, si me agarraban los polis estaba dispuesta a gritar “¡yo no fui, fue Mancera!”, porque podré ser una indiscreta y una loca, pero ‘tengo que cuidar mi imagen e integridad’, como Rafa Nadal.

 

Por favor, no me juzguen por una que otra fumata. Llega un momento en la vida de toda mujer de 50 años que, sin darse cuenta, se convierte en un frasco de sustancias. Entre las pastillas para salvarte de la menopausia, las quema-grasa, las antidiabetes, las de calcio para la osteoporosis y las de dormir, si me atrapan, darían un buen golpe al narcomenudeo casero.

 

Eso sí, lo que no me gusta son los venenos del narcotráfico profesional. Por un lado, he sido una consumidora feliz, en circunstancias divertidas y puntuales, pero también una madre seriamente preocupada por las adicciones de los chavos.

 

Ya lo dijo el ex presidente uruguayo: “Lo de la marihuana no es coser y cantar”. Va más allá. Oigan ¿y si adoptamos a Mújica un sexenio? No está bonito, pero es listo.