El domingo canté a todo pulmón el Himno Nacional. No estuve en ninguna ceremonia cívica ni en una pelea de box en Las Vegas, pero el destino me hizo entonarlo. Estábamos felices en la Plaza México cuando, justo cuando los toreros hicieron el paseíllo, de repente se oyó una trompetita: “ti ti ti tititi tititi… mexicanos al grito de guerra, el acero aprestad y el bridooon”. Fue un momento muy extraño porque no había pasado en los 71 años de vida de la Plaza; hasta me asusté porque pensé que le habían hecho un arreglo tipo paso doble.

 

 

Eso sí, los 40 mil presentes nos pusimos de pie y cantamos, unos con un nudo en la garganta y otros con bastante dificultad (porque para saludar –o sea, mano en el pecho– tenían que soltar el puro o la cerveza) pero con mucho sentimiento. Sobre todo en la parte de “más si osare un extraño enemigo” donde algunos hacían la broma de “ya sabemos quién es el masiosare, es Trump…” Muy creativos. Muy patriotas. Y muy aficionados. Ya sé, algunos dirán que la fiesta de los toros es una tortura cruel y otros defenderán que es un arte. Pues sí: como muchas cosas en la vida.

 

Aunque opino que los anti taurinos podían entretenerse con los políticos –que ahí hay más tela de donde corta en materia de sangre y animales– y dejarnos en paz. Total, cada quien sus karmas. Ustedes, ¿qué tal van? Yo siento que llevo un buen balance para el juicio final.

 

Había pensado poner en mi testamento que quiero que espolvoreen parte de mis cenizas en la Plaza México, porque es un lugar increíble y he sido muy feliz ahí. ¿Han estado ahí? Es alucinante. La amé desde que bajé todos los escalones de la mano de mi papá, a los seis o siete años, para ver a Manolo Martínez. Sólo espero que mis restos no terminen en un centro comercial o un estacionamiento porque, según los enterados, la plaza correrá la misma suerte que el Estadio Azul. O sea, la van a demoler pronto.

 
No he cambiado de opinión, pero creo que agregaré una cláusula que diga: “Las cenizas de la aficionada Martha Figueroa bla, bla , bla, sólo podrán tirarse si el doctor Rafael Herrerías es el empresario. Si no, se suplica mantener los restos guardados en una bolsita hasta nuevo aviso”. Es que con la nueva administración no me gustó tanto en ambiente en la plaza: perdió categoría.

 

Lo bueno fue que ya no hay reventadores ni grupos de Greenpeace molestando a los asistentes. Se me ocurre que a lo mejor les llegaron al precio. Pues qué maravilla, porque antes cada vez que entraba nos recibían con el grito de “asesinos, asesinos”. Luego, en la redes insultaban tanto que podría escribir un libro de 300 hojas con los improperios en orden alfabético.

 

Bueno, como les iba diciendo, después del Himno Nacional, vimos a Morante de la Puebla y Julián López el Juli, que no les cabe tanta pasión, arte e inteligencia taurina en el cuerpo. Y de ahí, algunos corrieron a ver el Super Bowl. Por unas horas se dieron licencia de apoyar a lo no hecho en México. No me quejo, porque me encantan las alitas y Tom Brady, en ese orden.