Sé que mañana celebramos por todo lo alto el Día Internacional de la Mujer, pero yo sólo quería decir que me caen muy bien los hombres. En serio. Y lo digo porque cada año esta fecha nos pone al filo del feminismo y no me gusta. Que si las emprendedoras, que si Mujer maravilla, que si el empoderamiento y nos marginamos solitas. Desde luego, me caen bien los buenos, no los machos, maltratadores o misóginos –que por suerte, en mi entorno hay pocos o ninguno–, y aunque soy pro “seamos iguales”, hay cosas que deben ser masculinas y otras femeninas, con toda la desigualdad posible.

 

 

 

Tuve que explicar todo lo anterior porque me invitaron a muchos eventos para festejar el día mágico y no podré asistir. Primero porque no tengo tiempo y luego, por un trauma infantil. Cuando era niña estudié en una escuela con el patio dividido, para que en el recreo no se mezclaran hombres con mujeres. Pero yo cruzaba ese muro imaginario y compartía torta y boing con el enemigo, o sea, los niños. Era muy feliz hasta que me regañaban por el micrófono: “A ver, la niña que está en el patio incorrecto, regrese a su lugar o será castigada y llevada a la dirección”. O hasta que una maestra venía directamente por mí y me arrastraba de la oreja al otro lado de la frontera. Sí, como pequeña indocumentada.

 

 
Es por eso, y porque siempre los niños me han parecido más divertidos –menos cursis y más simples–, que la mayoría de mis amigos son del sexo opuesto. Y yo, su columnista de cabecera, tengo muy desarrollado el hemisferio masculino según los estudios psicológicos recientes. Mis amigas opinan que pienso como hombre y debo confesar que no sé si sea defecto o virtud, pero ¡es verdad! Bueno, excepto cuando me entra la onda del chantaje maternal y soy mega azotada. Hace un par de años mi vida social dio un giro tremendo porque decidí no tener amigas, sólo amigos.

 

 

Llegó el día que me aburrí de las intensidades, las envidias, la presión, la complicación y el sufrimiento gratuito. Desde luego no debo generalizar y sé perfecto que el problema es que me equivoqué de personas, pero tocó la mala suerte que todas eran viejas y me tenían up to the mother. Así que decidí cortar por lo sano y agarrar parejo (ya ni les cuento de las jefas malditas que he tenido porque no quiero que se pongan a llorar en martes).

 

 
Seguro algún lector pensará: “Uy, lo que pasa es que Martha quisiera ser hombre”, pero les juro que no. Ni siquiera ahorita que toca a mi puerta la menopausia. Si fuera señor solamente tendría una hormona, esa hormona pensaría en sexo y sería superfeliz. Pero soy mujer, soy un costal de miles de hormonas y están enloquecidas. Cuando notas que te pones aguada, te sale celulitis, arrugas, celulitis en las arrugas y arrugas en la celulitis, te deprimes, lloras, se te caen la autoestima y las pompas, te amargas, te aumenta el deseo sexual (bueno, eso es bonito), te quedas chimuela y te dan sofocones… lo mejor es pensar como hombre: “No está pasando nada, no está pasando nada, no está pasando nada”.