Pocos juicios más absurdos en el futbol que los renovados a cada balón, que los reabiertos a cada instante del partido, que los que en cada jugada recaban pruebas incriminatorias para, cual César colectivo, subir o bajar el pulgar.

 

Llegados a este punto de su carrera, que Cristiano Ronaldo sea abucheado o, por ser suaves, que genere ansiedad en el estadio Santiago Bernabéu, es casi tan extremo como si ante una intercepción se pitara a Tom Brady en Boston o casi tanto como si Cleveland osara dar la espalda a LeBron James en una racha sin puntería. ¿Cada deporte es diferente? Inevitable entonces acudir a la analogía más actual y directa: como si el Camp Nou mostrara exasperación hacia Lionel Messi.

 

Al inicio del cotejo de vuelta ante el Bayern, Cristiano no sólo era respaldado por la historia (ser con diferencia el máximo anotador del equipo), sino también por algo tan reciente como sus dos goles en la ida realizada en Múnich. Como sea, una mala decisión y un tropezón, propiciaron que el portugués volviera a sentirse no tan arropado o unánimemente adorado en su propia casa.

 

El debate da para mucho: si hasta la devoción deportiva ya tiende a lo efímero; si la inmediatez, cruel tirana, es capaz de borrar años y gestas anteriores; si una afición, como todo noviazgo, es de encuentros y desencuentros; o acaso, si el problema es específico con Cristiano y específico del Real Madrid.

 

Respecto a esto último, basta con ver que la abrumadora mayoría de las leyendas merengues, incluso Alfredo Di Stéfano, no se fueron de la mejor forma, que el saberse tan grande suele llevar a esta institución a ver pequeños a sus componentes.

 

En relación con el ofensivo de Madeira, su carácter y vanidad, su instinto depredador, ese mismo combustible que le ha elevado a tan titánicas cifras, puede también incluir parte del problema. Por recurrir a otra gloria contemporánea, lo que en Zlatan Ibrahimovic se aplaude (suficiencia, narcisismo), en Cristiano suele causar muecas.

 

Por donde se le busque, los pitos a esta leyenda viviente en su estadio, resultan un sin-sentido: si no ya por respeto y gratitud, por mera defensa de los intereses propios, que pasan en buena medida por tener cómodo y pleno a su mejor futbolista. A Cristiano sólo se le valorará como corresponde, cuando ya no defienda el uniforme madridista; entonces se verá la dimensión de sus cifras, entonces aplastará su recuerdo a toda estrella que llegue, entonces se entenderá lo feliz que se fue (o, ilusos nostálgicos, lo feliz que se debió ser), con un delantero de a gol por partido por casi una década, con alguien que acumuló cuatro Balones de Oro siendo contemporáneo del mejor Messi.

 

Mientras eso no suceda, el Bernabéu no va a cambiar. Y él, sólo tan adicto al aplauso como lo es al gol, seguirá retando a esas gradas. En el fondo, demandará lo que es lógico: que no se reabra su juicio a cada balón pateado, que su historial obliga a permitirle hasta varios partidos malos, bajo el más esperanzador beneficio de la duda.
Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.