Los 42 mil 195 metros que tiene que recorrer un maratonista no son cualquier cosa, pero no se pueden comprender en su justa magnitud hasta que son las cinco de la mañana del día de la carrera y suena el despertador. Después de que superé la tensión tras salir de casa, llegó el momento de decirles: “nos vemos dentro de 42 kilómetros” a los seres queridos que nos acompañaron y que estuvieron a lo largo de toda la ruta. Tras sonar el disparo de salida, los primeros 10 mil metros fueron muy agradables, tanto que la lista de música que preparé para tal ocasión no era necesaria para aumentar la adrenalina.

 

Con el ánimo de la familia, entre quienes se encontraban mi padre y mi esposa -quienes me iban a esperar en la primera vuelta en el Ángel de la Independencia– vi pasar los letreros de los 12, 14, 16 y 20 kilómetros, cuando el cansancio ya comenzaba a reflejarse, pero únicamente en las piernas, porque la mentalidad estaba intacta, además de tener el aliciente de que faltaba menos para poder ver de nuevo a mi familia.

 

Para ese momento, el Ángel se veía lejísimos, y pasó por mi cabeza el famoso concepto del muro. Sin embargo, las piernas sacaron fuerzas, y a partir de ese punto me acompañó mi cuñado, quien se convirtió en la bujía que me ayudó a llegar a la meta en el Estadio Olímpico, la misma que cruzaron los grandes maratonistas en los Juegos de México 68.

 

A partir del siguiente kilómetro, las piernas ya no contaban con mucha gasolina, pero hubo dos aspectos que no sé si a los demás corredores también les ayudaban, pero que fueron esenciales para alguien que, por primera vez, intentaba terminar la ruta completa: la mentalidad y los miles de seguidores que se apostaron a lo largo de toda la ruta, metro a metro, para ofrecernos refresco, miel y, por supuesto, incontables porras.

 

Algo que como corredor se agradece son los incontables carteles que la gente llevó, algunos con mensajes muy simpáticos que nos ayudaron a mí y a cientos de corredores más, a esbozar una sonrisa, del tipo de: “Vamos, extraño. No te conozco y me caes mal, pero hoy vas a tocar la gloria”, o “Hoy vas a acabar con 42 mil 195 batallas”.

 

La parte más complicada fue después de los 35 kilómetros, cuando el cuerpo mandaba inconfundibles señales de que ya no podía más y la mente, la fortaleza espiritual, también se acababa. Sin embargo, el apoyo era impresionante y pensé en toda la preparación previa, en los sacrificios a la hora de la comida y en todas las fiestas a las que dejé de ir, entre otras cosas, y eso me impulsó a llegar a las puertas del Olímpico Universitario.

 

No, no terminé entre los primeros corredores ni mucho menos, y sé que los ganadores fueron un etíope, Fikadu Kedebe, en la rama masculina, y una peruana, Gladys Tejeda, por parte de las mujeres, pero la experiencia de cruzar la meta, de haber superado todos los miedos, momentos de angustia, cansancio y dudas, provoca una sensación indescriptible. Convertirse en maratonista simplemente te cambia la vida.

 

LOS PODIOS

FEMENIL

NOMBRE TIEMPO

  1. Gladys Tejeda 02:36:14
  2. Ashete Bekere 02:38:46
  3. Scola Jepkemoi 02:39:24

 

VARONIL

NOMBRE TIEMPO

  1. Fikadu Kedebe 02:17:27
  2. Isaac Kedikpou 02:17:35
  3. Rodgers Ondanti 02:18:19

 

caem