COPENHAGUE. Llevo 5 días tratando de explicarme cómo y quizás más, dónde tiene Dinamarca –un país helado, anciano, predominantemente rural–, un producto per cápita de más del doble (37 mil dólares por habitante) que México 15 mil dólares).

 

Prácticamente todas las personas que conozco se consideran a sí mismas “creativas”. Ni siquiera me atrevo a cuestionar que significa ser creativo, sólo sé que nunca he conocido a alguien que se denomine a sí mismo auténtico y único, que así lo sea; es como escuchar a alguien jactarse de ser honesto –la misma necesidad de la aclaración lo pone en duda.

 

Lo que conozco bien es como todos nos levantamos la mayoría de los días derrotados por el pasado, convencidos que todo lo valioso ya ha sido inventado, que no hay nada por crear para retar los estándares del universo: la originalidad ha muerto dijo Sting, pero no teman, la creatividad vive, solo que prefiere un clima más templado.

 

La entrada a Dinamarca por autopista desde Alemania es contrastante, en primer lugar por la reducción de más de 200 a 110 km/h; lo mismo la forma en que desaparecen los Mercedes de modelo reciente por antiguos sedanes compactos.

 

Al adentrarse en la península de Jutland, explorando Billund, Aarhus y Odense, sigue siendo difícil vislumbrar en vastos y hermosos paisajes, pero despoblados y sedentarios, dónde se genera la productividad danesa. La diferencia evidente está en las prioridades, es evidente que las necesidades “básicas” de la población danesa están atendidas: tienen escolaridad, salud, vivienda, pero al mismo tiempo sigue siendo un misterio dónde radica su capacidad para generar, pero entonces viene la capital.

 

Copenhague es una joya comparable a cualquier otra de las grandes capitales europeas, aquí es claro: la gente está dedicada de lleno a mejorar su nivel de vida.

 

En algún momento, entre los jardines de Tívoli, el primer parque de atracción en el mundo creado por Georg Carstensen para calmar (exitosamente) las revueltas civiles del siglo XIX en la ciudad; la fábrica de Carlsberg, que aunque virtualmente desconocida en América es la precursora no sólo de la cerveza moderna, sino también de la propiedad intelectual industrial pública (compartían su investigación y métodos con todos los cerveceros del mundo); y el Museo de Diseño Danés, dedicado por completo a la innovación en la vida diaria, desde muebles hasta uniformes de futbol; me di cuenta que mi equivalente danés produce 2.5 veces lo que genero yo, simplemente porque es más creativo.

 

Para constatar aún más su predominio en el diseño funcional, Copenhague es hogar de los ganadores tanto del mejor restaurante (Noma), como del mejor chef (Rasmus Kofoed de Geranium) que, con su innovadora cocina, dejan a la clausura de El Bulli como la noticia menos relevante del año pasado ¿Qué tal una sopa de tomate y jamón totalmente transparente? Esconden moluscos en réplicas perfectas y comestibles de sus conchas, cambian el típico maridaje de vinos por un acompañamiento de bebidas naturales fabricadas por completo in situ y el principal ingrediente en el postre, es un pasto.

 

La revolución industrial es una época muy presente en Escandinavia, porque es cuando estos Estados salen de la pobreza, el concepto de agregarle valor a los bienes primarios se magnifica en este periodo.

 

Los nórdicos reconocen oportunamente que para mantenerse adelante en la curva tendrían que apropiarse de uno de los eslabones del proceso, pero la manufactura es fácil de replicar por los países menos desarrollados y ellos tendrían una desventaja geográfica considerable en el comercio, es por eso que se avocan al diseño. Son líderes en determinar cómo se deben hacer los productos que el resto del mundo produce y consume y, por supuesto, esto es mucho más rentable que producir o comercializar.

 

juanmaria7@gmail.com

 

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