La frase completa detrás del título de este artículo es “El marxismo-leninismo guiará el sendero luminoso hacia la revolución”. Fue enunciada por José Carlos Mariátegui, uno de los pensadores marxistas más trascendentes de América Latina a principios del siglo XX.

 

El filósofo de izquierda no imaginaba que después de su muerte, su frase le daría nombre a una de las guerrillas más sanguinarias de los últimos años, Sendero Luminoso.

 

Escribo este artículo después de haber leído una fascinante obra periodística, “La cuarta espada”, de Santiago Roncagliolo, editorialista peruano del diario El País. Este libro enmarca la historia de Abimael Guzmán, fundador y líder de Sendero Luminoso.

 

abimael

 

Empiezo con un breve marco biográfico de su líder, conocido entre los suyos como “Presidente Gonzalo”. Él retomó la filosofía de Marx y Lenin, pero sobre todo la idea de Mao Tse Tung, de que el verdadero proletariado en una sociedad no industrializada está compuesta por el campesinado. Su influencia como académico en la Universidad de Ayacucho creció en círculos de la izquierda peruana y formó un cuerpo hábilmente entrenado con técnicas de guerrilla. Sus ideas, pero sobre todo su figura e imagen, funcionaron como la columna vertebral del grupo. Él mismo se proclamó “la cuarta espada del comunismo internacional”, tras Marx, Lenin y Mao.

 

El “Partido Comunista de Perú-Sendero Luminoso”, anunció el inicio de un movimiento dedicado a erradicar al Estado peruano a través de medios poco convencionales y con mensajes un tanto confusos, pero bien dirigidos para anunciar una campaña de desestabilización política y social.

 

Durante las elecciones del 17 de mayo de 1980, miembros de Sendero Luminoso quemaron las casillas de votación de localidades rurales. Meses después, plantaron bombas en sucursales bancarias y sedes de gobierno locales, sobre todo en la zona montañosa del centro de Perú.

 

Su primera aparición en Lima se dio la mañana del 26 de diciembre de 1980. Este día, decenas de cuerpos de perros colgados de postes de luz adornaron el centro con carteles con la frase “Deng Xiaoping, hijo de perra”. Se trataba de una referencia a lo que ellos consideraron una traición del Presidente chino por empezar una serie de reformas al sistema implementado por Mao.

 

A partir de esta declaración, comenzaría un conflicto armado que paralizó al país durante cerca de 20 años.

 

Después de sus aterradores mensajes, los ataques en contra de la población y el Estado comenzaron a ser cada vez más frecuentes y más sanguinarios. Sobre todo, consiguieron una verdadera campaña de desestabilización en contra del sistema al demostrar ser un cuerpo organizado, numeroso e ideológicamente motivado.

 

Su objetivo principal era cambiar de raíz todas las instituciones existentes, consideradas burguesas, e implementar un sistema socialista. Su táctica fue ir por la zona centro y sur del país difundiendo sus ideales tanto en universidades rurales como en comunidades indígenas. De la misma manera, se planteaban las llamadas “zonas de operaciones”, en las cuales asesinaban a autoridades estatales y empresariales, remplazándolas y estableciendo un sistema de educación, justicia y economía propios.

 

En este contexto de vacío de poder, las fuerzas de seguridad peruanas, tanto civiles como militares, se pelearon población por población, dejando miles de víctimas de por medio. Es difícil saber quienes fueron los victimarios reales, ya que las autoridades cometían abusos y asesinatos sumarios igual de sanguinarios que los propios guerrilleros, brindándole así a Sendero Luminoso la necesitada legitimidad frente a diferentes estratos de la sociedad.

 

Por su parte, los abusos por parte del grupo guerrillero fueron admitidos de manera orgullosa al formar parte de una necesaria “cuota de sangre”, a la cual el campesino debía acostumbrarse para cambiar el sistema burgués. De esta manera, Sendero Luminoso hizo un llamado al genocidio.

 

Uno de los casos más sonados fue la masacre de Lucanamarca, en la que guerrilleros asesinaron con machetes a 69 campesinos que se negaron a cortar lazos comerciales con comunidades vecinas.

 

La presencia de Sendero Luminoso no solo se limitaba a zonas rurales, también era evidente en Lima. En numerosas ocasiones plantaron explosivos en los principales sistemas eléctricos, dejando a la ciudad en la oscuridad durante noches enteras. Aprovechaban esta oscuridad para encender fuego a gigantescos símbolos de la hoz y el martillo en las montañas, horrorizando así a la sociedad urbana y haciéndoles saber que su amenaza era real. Al igual, los ciudadanos limeños evitaban utilizar las carreteras que comunicaban a la ciudad por temor a los constantes bloqueos por parte de Sendero Luminoso.

 

Gran parte del territorio del Perú formó parte de esta cruenta guerra a lo largo de toda la década de década de 1980 y se alcanzó un relativo alivio el 12 de septiembre de 1992, día en el que Abimael Guzmán fue arrestado en un departamento a las afueras de la capital.

 

Debido al liderazgo individualizado de Abimael Guzmán, su arresto fue un golpe decisivo al grupo y los atentados fueron cada vez más esporádicos. Uno por uno, los grandes líderes de Sendero Luminoso, en gran parte mujeres, fueron cayendo presos por las fuerzas de seguridad peruanas.

 

El conflicto armado concluyó oficialmente con la creación de la Comisión por la Verdad y la Reconciliación. Este cuerpo fue instituido por el Estado peruano, en colaboración con los senderistas, para investigar los hechos ocurridos durante el conflicto armado por los guerrilleros. De la misma manera, se realizaron decenas de juicios en contra de militares, policías y políticos por su responsabilidad en el conflicto con el uso indiscriminado de la fuerza, en la que miles de personas murieron por fuego cruzado, abusos y negligencias.

 

La cicatriz, sin embargo, sigue estando presente en la sociedad peruana. También es notoria en la clase política, en la cual destacados militares que participaron en el conflicto ahora ocupan cargos públicos. El caso más sonado es el del actual presidente Ollanta Humala, quién fuera militar durante esta época y a quién se le abrió un proceso judicial en 2006 por supuestos atentados contra derechos humanos.

 

Al final de todo esto, no puedo evitar comparar la situación de violencia que se vivió en Perú, con la situación de violencia actual en México.

Las múltiples masacres cometidas por Sendero Luminoso y el ejército que buscaba erradicarlos, no menos injustas ni absurdas que las que se llevan a cabo en México, sucedieron en nombre una interpretación radical de la ideología marxista. Sendero luminoso fracturó irremediablemente familias y poblaciones enteras en nombre de un nuevo orden político, social y moral para intentar alcanzar una utopía socialista.

En México, la mayor parte de las víctimas han sido causadas por una guerra que pretende acabar con cúpulas de crimen organizado. Las muertes son causa de un combate entre estos grupos y el gobierno, o entre distintos grupos criminales peleando entre sí y dejando a su paso miles de víctimas totalmente inocentes. Como se ha manifestado recientemente, en muchas ocasiones la línea entre gobierno y crimen organizado es difícil de encontrar, lo que añade numerosas víctimas anónimas al siniestro conteo de desaparecidos.

A pesar de tratarse de dos conflictos sustancialmente distintos, es imposible no notar una semejanza intrínseca. Ésta se encuentra en el mismo factor detrás de la violencia: una profundísima desigualdad económica, especialmente notable en la diferencia en la calidad de vida en las zonas urbanas y las poblaciones rurales e indígenas.

Durante el conflicto armado en Perú entre 1980 y 2000, según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, las víctimas se calculan en 69,000. Cerca de la mitad se le atribuye a las fuerzas armadas y la otra mitad a Sendero Luminoso.

 

Por falta de conteos oficiales, en el caso de México la cifra es completamente difusa. Sin embargo, el número oscila en algo similar, entre 60 y 80 mil víctimas. La verdadera alarma se detona al darnos cuenta que en México se ha alcanzado esta aterradora cifra en menos de la mitad del tiempo.

 

Por la naturaleza de los conflictos, lo anterior es una reflexión arriesgada, que sin embargo no cae en la incoherencia. Los invito a leer la obra de Santiago Roncagliolo, lectura obligada para cualquiera que esté interesado en la historia reciente de América Latina y, en especial, sus movimientos sociales.