Lo primero y más urgente es dejar de llamar “idiotas” a todos los que votaron por el demagogo anaranjado. La generalización siempre ha sido una forma de autoengaño. Encapsular así las sensaciones, expectativas y miedos que decidieron al líder del –hasta hoy- mundo libre, no solo nubla nuestra comprensión de la realidad, sino que también lastima la credibilidad de la democracia liberal como aspiración de las naciones –tanto el modelo ruso como el chino ya ensayan en busca del papel protagónico-. El 8 de noviembre fue un mal día para la tolerancia.

 

¿Qué antecede una pausa reflexiva? Puede ser la desbordada emoción de un triunfo, claro, pero sospecho que un golpe alienta más este tipo de paréntesis. Todos los que fallamos al pronosticar la elección estadounidense recibimos un golpe –de realidad, afortunadamente-. Fallamos por fiarnos de las encuestas y casas de apuestas, por no captar que el enojo social tiene un comportamiento muy inestable. Si bien las encuestas hoy gozan de la misma credibilidad que los alineadores de chakras o los homeópatas, no podemos desdeñarlas así como así. Son termómetros sociales indispensables que, sin embargo, necesitan afinación. Abandonarlas es abandonar un componente vital para la democracia: la opinión ciudadana y el ánimo social. De tarea, todos 50 planillas de este tuit del profesor del CIDE, Javier Aparicio: “Pero si las elecciones –o la política- fueran 100 % predecibles, ¿qué caso tendría llevarlas a cabo?”.

 

Esto con el tema de las encuestas. Pero el arribo del potencial tirano no obedece solo a errores demoscópicos y las decisiones tomadas por la campaña demócrata en razón a éstos. Otra causa, de tipo mediático, fue el desfase entre los medios de comunicación y el pulso social, entre los creadores de la información y el indignado. Según el “American Presidency Project”, de la Universidad de California en Santa Bárbara, de los 100 periódicos con mayor circulación en los Estados Unidos, 57 se pronunciaron públicamente a favor de la candidatura demócrata, 2 a favor del hoy ganador republicano, 4 a favor del entonces candidato libertario, 3 pidieron no votar por el empresario, 5 opinaron que ninguno merece la oficina más poderosa del mundo, y los otros 26 no tomaron partido –véase: http://bit.ly/2dsOfRa

 

Pareciera que los medios, por lo menos los impresos, están en manos de individuos con filiaciones distintas a las del votante estadounidense. Esto puede o no sorprender, pero sí explica parte del inesperado resultado de la elección: hubo un sólido intento de convencer a los estadounidenses de que la victoria de la demócrata era inminente. Se intentó, pues, crear una sensación de inevitabilidad. Pero esa información no permeó en la sociedad ni representó el humor social de manera objetiva. Y ese desfase nos tapó los ojos a la gran mayoría. El 8 de noviembre confirmó que desde la grieta se genera más eco, pero también la existencia de una crisis de representación. No de corte político sino mediático.

 

Sin embargo, hay una posible respuesta, tan vieja como la rueda pero que por su misma obviedad, a veces olvidamos: necesitamos cuestionar todo lo que pensábamos certero o creíble. Siempre. Solo así se construyen las mejoras. Paradójicamente, ante la volatilidad en los escenarios políticos actuales, la credibilidad basada en la experiencia vale cada vez menos. Eso denota desesperación y el desesperado tropieza. Pausa y reflexión porque no se juega con la política ni con la gente.

 

@AlonsoTamez