El mismo día que el país lloraba la tragedia de Monterrey, Arne aus den Ruthen decidió que necesitaba reflectores. Atacó a “jitomatazos” al diputado federal priista César Camacho, y amenazó vía Twitter al senador panista Roberto Gil de que él sería el siguiente.

 
Arne no está loco ni es un radical. Es simplemente un hombre que busca cosechar puntos políticos. ¿Eso puede ser peligroso? Depende. Primero debemos entender que lo que quiere es atención –para buscar, quizá, un cargo público más adelante-. Habiendo captado esto, uno se percata que, para efectos disuasorios, es mejor ignorarlo que dialogar con él, ya que posiblemente, lo único que busque es un diálogo que fracase.

 
El expanista es un comunicador hábil. Su popularidad recae en saber tocar los nervios correctos de la sociedad mexicana, en particular de la capitalina –en Chiapas o Guerrero, sin embargo, hay cosas más importantes que si alguien está o no estacionado en doble fila-: a todos nos duele la prepotencia, el dispendio y la corrupción. Pendientes bicentenarios que perpetúan la grieta.

 
Sin embargo, alguien que busca sumar puntos políticos a partir de la agresión, realmente no le interesa México ni su clima social; solo le interesa su agenda. Capitalizar el enojo y manipular emociones mediante la violencia puede ser redituable políticamente, pero es bastante bajo, incluso para nuestros estándares. Una pregunta crucial, pues, sería: ¿aventar un jitomate podrido a un diputado nos acerca o nos aleja de nuestra ruta democrática? Si bien en democracia caben todos los planteamientos, creo que hay unos más adecuados para que dicho sistema eche raíces.

 
Cuando no puedes articular un argumento que haga ruido inteligente, recurres a la agresión o a la polémica: ésta atraerá el aplauso fácil, siempre dará de qué hablar y, además, es más fácil que pensar y hacer verdadera política –recordemos que uno de los fines de ésta es, precisamente, evitar la agresión y anteponer la conversación-. Proponer a unas personas atacar a otras no es hacer política. Es justamente lo contrario – ¿y qué es lo contrario de la política?-.

 
Lo que Arne promueve puede ser potencialmente peligroso. Si se sale de control, puede llegar incluso a afectarlo a él. Está jugando con cohetes a un lado de la estufa. Puede que dedicarle este espacio cumpla parte de sus objetivos –ganar espacio en medios-, pero prefiero aportar al debate público que arrojarle algo por no estar de acuerdo con él. Sí hay otra manera de resolver las cosas.

 
Que no nos asuste lo que hace Arne. Entendamos lo que está haciendo y como está utilizando a la gente. Es cierto: hoy el país no está bien anímicamente. Desde 2014, la República ha padecido diversos tropiezos. De hecho, en lo personal, apoyo el trasfondo social que atrae adeptos al “jitomatazo” –la mal llamada “clase política” debe recortar privilegios, prebendas y salarios insultantes; lo que se ha hecho al día de hoy no es suficiente- pero jamás apoyaré el método.

 
Hay muchas formas de entender México. Arne tiene su visión. Otros tenemos una distinta. Leí una nota que ahora propuso lanzar pañales sucios a la sede nacional del PRI (Reforma, 21/01/17). ¿Y si le cayera a una empleada de intendencia? ¿Ella también, a los ojos de Arne, lo merecería por trabajar en el CEN del PRI? ¿O sería solo un daño colateral inevitable? Así de ambiguos son los criterios a la hora de promover ataques contra sedes o personas. Por eso, a la larga, traicionan sus propios principios.

 
Arne no es el primero ni será el último. La gente puede estar enojada con el presidente, con los partidos, con el sistema económico, pero no será atacando y humillando individuos que se logrará una mayor austeridad pública o un mejor combate a la corrupción. Con los matices que uno quiera, lo que se logró aprobar de la #Ley3de3 es un claro ejemplo de lo que la sociedad civil organizada, a través del diálogo y la presión positiva, puede lograr. No me pongo del lado de los políticos pero sí de la política.

 
@AlonsoTamez