Dice Raffaele Simone, ensayista filosófico y político italiano, que uno de los mayores problemas de la democracia actual es lo que llama el “efecto casta”: “una vez designado, el elegido se transfiere imperceptiblemente a una esfera distinta y separada de aquella en la que viven los electores. Esta esfera contiene protecciones, privilegios, favores, altas remuneraciones, espacios protegidos, carreras garantizadas… La identidad entre las dos partes se atenúa hasta el punto de la disolución; el elector tiende a hacerse invisible en el horizonte del elegido”.

 

Es decir, entre representantes y representados, la grieta natural suele hacerse mayor por el simple hecho de que, una vez electos, los primeros “responden ante los partidos y no ante los ciudadanos”. En este sentido, Simone sostiene que “el representante no puede ‘recibir instrucciones obligatorias de los propios electores’, dado que el llamado ‘vínculo de mandato’ (o ‘mandato imperativo’) está excluido de todas las constituciones modernas”.

 

En resumen, el italiano considera al “efecto casta” como una de las mayores brechas entre la ciudadanía y la –mal llamada- “clase política”. Dada la coyuntura actual, toma relevancia analizar esta separación: hoy, en México, el humor social se siente distinto. La sociedad está inquieta y nerviosa. Los saqueos producto del “gasolinazo” solo le pusieron una etiqueta estridente al ya añejo y complejo hartazgo social. Pero, ¿qué hacer ante la sensación –y tentación- de ruptura?

 

Hay dos aspectos que siempre estarán en la baraja de los señores de la política: el combate a la corrupción y una austeridad pública de corte republicano y social. En este país, el “efecto casta” es algo tristemente familiar. El político y la alta burocracia mexicana siempre se han sentido una clase aparte; una tribu por encima de la ley y la cotidianidad. México ha aguantado muchas cosas en sus dos siglos de existencia, pero entender eso implica también entender que la liga no se debe estirar demasiado. Aún menos ahora.

 

Las protestas derivadas del alza de precios de la gasolina son sintomáticas, alimentadas no solo por un hastío con el actuar de las autoridades, sino también por el hecho de no ser un país de certezas mínimas. Hay momentos en los que uno no entiende con que objeto la “clase política” mantiene ciertos privilegios y prebendas; la austeridad es algo que el pueblo distingue y recompensa electoralmente. Es, pues, un malogrado tema de incentivos. Pero al parecer, no es aun suficientemente atractivo para los políticos ser un hombre público por y para la austeridad.

 

En “La silla del águila”, Carlos Fuentes escribió que “este es un país con demasiadas insatisfacciones sepultadas en el tiempo, largos siglos de pobreza, de injusticia, de sueños soterrados”. Hoy no podemos ignorar las señales. La política está cambiando justo frente a nuestros ojos, y ésta será de quienes sepan mitigar el “efecto casta” que los distancia de los mexicanos y, por ende, de la única realidad que cuenta.

 

@AlonsoTamez