El final perfecto para la biografía política de Barack Obama era, por supuesto, entregar la presidencia a su compañera Hillary Clinton. Pasar la estafeta a su mismo partido, tras ocho años de gobierno, es la mejor prueba de éxito presidencial en los Estados Unidos –Reagan lo logró con George Bush padre-. Pero llegó alguien que trituró el guion. Alguien que se coló a la fiesta y sacó a los anfitriones de la casa.

 
La ruta perfecta no era tal. Al parecer, era más una visión romántica de la sociedad, sus alcances y virtudes, que lo que vivía el americano de Indiana o Delaware. Tras la victoria del empresario, quedó claro que para muchos, Obama representaba más un ideal que un aparato de gobierno eficaz. Más un hombre de retórica que un gobernante que mejoró la cotidianidad. Aun cuando le tocó pilotear la recuperación económica tras la crisis de 2008 y, en consecuencia, la creación de más de 15 millones de empleos desde 2010, no fue suficiente. Para una rápida comparación, su antecesor, el también presidente por dos periodos George Bush hijo, generó poco más de 8 millones de empleos –véase: http://bit.ly/2jjyek3 y http://cnnmon.ie/2dF8aMf-.

 
Sin embargo, el propósito de este texto no es analizar su gestión de gobierno sino su magnánima visión de la política, asunto que estimo debe trascender al hombre e instalarse como la principal narrativa anti-Trump. Uno podría decir que la política es más de resultados que de visiones. Sin duda. Pero mientras ésta siga haciéndose entre humanos, los primeros necesitan de las segundas.

 
Obama es sus palabras. Sobre la probidad: “Aquellos que defienden la justicia siempre ocupan el lado correcto de la historia”. Sobre lo que significa ser estadounidense: “Amar a este país requiere más que cantar sus alabanzas o evitar verdades incómodas. Se requiere la disrupción ocasional, la voluntad de hablar por lo que es correcto, de sacudir el statu quo”. Sobre un piso mínimo de dignidad: “Cada ciudadano merece una medida básica de seguridad: atención médica si se enferma, seguro de desempleo si pierde su trabajo, una jubilación digna después de toda una vida de trabajo duro”.
Pero tal vez, el idealismo pragmático de corte liberal –socialmente hablando- que enarbola Obama, se refleje mejor en su última petición a los estadounidenses como su presidente: “Gracias por todo. Mi última petición es la misma que la primera. Les pido que crean, no en mi capacidad para crear cambio, sino en la de ustedes”.

 
En agosto de 1963, en las escalinatas del monumento al emancipador Abraham Lincoln, el Dr. Martin Luther King Jr. pasó de la historia a la mitología: “Sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por el contenido de su carácter”. En dicha frase, y en prácticamente todo el discurso, King pedía reconocer lo que con puño y letra se plasmó en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos –y llevaba casi dos siglos de retraso-: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

 
Obama es hijo de esas palabras. Con él fuera de la escena, su visión debe pasar a otros dueños. Igual de subjetivos son el odio y la división, que la fraternidad y la inclusión. Así que no se preocupen por pecar de idealistas, vecinos: escojan lo segundo y háganse con el poder por la vía institucional.
@AlonsoTamez