El precandidato del PRI a la gubernatura de Veracruz, Héctor Yunes Landa, incurrió en una actitud poco vista en la política mexicana: ha criticado duramente a su Gobernador y compañero de partido, Javier Duarte de Ochoa, por las diversas irregularidades que manchan su gobierno – principalmente, por los “35 mil 400 millones de pesos que mandó la Federación a Veracruz y que no los vemos por ningún lado”. El senador con licencia, además, aseguró que meterá “a quien tenga que meter a la cárcel, incluyendo al Gobernador” (Reforma, 2016).

 

Si bien es conocida la mala relación entre ambos –a manera de burla, Duarte regaló una caña de pescar a Yunes Landapara que pesque esos peces gordos que busca” (Animal Político, 2015)-, el senador con licencia está haciendo algo que, para mal de México pero para bien de los partidos, no es costumbre: denunciar y criticar a los de tu mismo equipo si incurren en malas prácticas. Esto, en alguna medida, pasa en todos los partidos políticos mexicanos, pero es en el PRI dónde es un dogma nocivo. En México es común confundir la disciplina partidista con encubrimiento; para muchos son prácticamente sinónimos. Este enfoque defiende a los partidos pero lastima a México; protege al clan y no a la supuesta causa.

 

¿Cuál es el problema de fondo en el melodrama veracruzano? Un ejemplo. Supongamos que varios en el PRI, incluyendo Yunes Landa, supieran que Duarte saqueó la administración pública de Veracruz, y que la opinión pública no tuviera conocimiento de la situación. Un secreto a voces que no daña la imagen pública de Duarte. Mi teoría es que, bajo este escenario, Yunes Landa –a sabiendas del saqueo- no criticaría al hoy Gobernador, por la sencilla razón de que no le sería redituable, políticamente hablando. En otras palabras, si Duarte no estuviese tan rodeado de acusaciones y desprestigio, probablemente Yunes Landa guardaría silencio porque así lo demanda la nociva “disciplina partidista”, y porque al hacerlo, le estaría dando el tiro de gracias a su campaña –Duarte tal vez no podría hacerlo ganar pero sí hacerlo perder-.

 

Ese es el fondo del asunto: algo que debería ser natural –denunciar lo incorrecto-, solo florece cuando hay ciertos factores de por medio. No estoy diciendo que el fraticidio sea condición necesaria para el crecimiento político de una organización, pero el atípico comportamiento de Yunes Landa nos debe recordar que la nula crítica dentro de los partidos no es algo positivo, y tampoco debe verse como algo inherente al sistema. Puede y debe hacerse cotidiano. La solución, claro está, implica desligar el crecimiento político de alguien a factores no meritocráticos. Por ejemplo, cuando alguien le debe su candidatura a un personaje en particular y no a la militancia, suele procurar al primero y no a la segunda –con todo lo que esto puede implicar: complicidades, encubrimientos, prebendas, omisiones, etcétera-. En el caso veracruzano, Yunes Landa no le debe su candidatura a Duarte, por eso puede cuestionarlo así.

 

Lo ideal, entonces, sería que nadie le deba su candidatura a una sola persona, sino a las más posibles –la militancia- para que, en caso de ser necesario, pueda denunciar lo incorrecto sin que la lealtad forzada le orille a un silencio sepulcral. El mayor antídoto para el encubrimiento partidista es la competencia interna democrática. “¡Viva la discrepancia porque es lo mejor para servir!”, diría Javier Barros Sierra.

 

En la gran novela “La montaña mágica” del escritor Thomas Mann –Nobel de Literatura en 1929-, el colorido Lodovico Settembrini le dice al personaje principal, Hans Castorp, que “la crítica es el origen del progreso y la ilustración”. La democracia mexicana necesita más críticos, no más cómplices.