No hace falta ser experto en psicología social para descubrir que los individuos empiezan a sentir más atracción por un contenido o un comportamiento cuando éste queda vedado. Tratar de ocultar algo siempre crea el efecto contrario, hace que ese algo se viralice.

 

Al parecer, no ha tenido conocimiento de ello la ministra de Salud de Francia, Agnès Buzyn, que sugirió prohibir las escenas de fumadores en el cine nacional, dado que éstas “contribuyen a banalizar la práctica y desnaturalizan la imagen del tabaco en la sociedad”. Las redes sociales se incendiaron con la polémica insinuación, en un país cuyo pensamiento reciente se construyó en torno al primer lema de Mayo del 68: “Prohibido prohibir”.

 

¿Eliminando el humo de la gran pantalla frenaremos el tabaquismo, que cada año mata en Francia a 70 mil personas? Nada más erróneo. Es como pensar que quitando pistolas a los gánsteres en un filme policial podría resolverse el problema de la delincuencia. ¿Pronto eliminaremos de los guiones cinematográficos los robos, las drogas, las carreras de carros, los golpes y las peleas? Le doy la razón al filósofo Raphaël Enthoven, que opinó que pretender inyectar moralidad dentro del séptimo arte podría compararse con el deseo de echar Coca-Cola a los más nobles vinos franceses.

 

Es cierto que Francia, con sus 16 millones de fumadores (33% de la población), figura entre los países europeos más adictos al humo. De nada han servido las múltiples campañas antitabaco, cada vez más agresivas e impactantes; no ha dado ningún fruto el aumento de los precios. Pronto, una cajetilla costará un mínimo de 12 dólares, y paradójicamente los galos fuman más que antes.

 

Según un estudio, ocho de cada 10 películas francesas tienen al menos una escena de tabaquismo, un dato lógico que obedece a la tesis de que el cine refleja la vida cotidiana. Pero el espectador no fuma porque lo invita a fumar el humo del celuloide.

 

¿Cómo concebir el personaje de Michel Poiccard, magistralmente interpretado por Jean-Paul Belmondo en la cinta más emblemática de la Nouvelle Vague francesa, hecha por el gran Godard, sin decenas y decenas de cigarros inhalados?

 

¿Cómo imaginar sin humo saliendo de la boca a Gainsbourg, Coco Chanel, Yves Saint-Laurent o Catherine Deneuve?

 

En un retrato clásico de un parisino tipo, siempre fascinado por el erotismo y la filosofía, el humo es mucho más que un accesorio chic; es el símbolo mismo de la rebeldía, una rebeldía que en esta ciudad tan impregnada de pensamiento existencialista, lleva un toque de sana arrogancia.