Les llaman “liquidadores”, pero parecen personajes extraídos de la serie The walking dead o de la película Guerra mundial Z. Surgieron de las ruinas en los primeros momentos tras la explosión del reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil –en el norte de Ucrania, entonces integrante de la Unión Soviética–, el 26 de abril de 1986, en lo que marcó la peor catástrofe nuclear de la historia.

 

Protagonistas de una distopía post-apocalíptica a la que nos tiene acostumbrados Hollywood, la diferencia es que son seres de verdad que sufren la pesadilla de haber sido bombardeados con una verdadera avalancha radiactiva desencadenada por la explosión que en los años posteriores provocó una cifra de muertes no exenta de polémica.

 

Fueron los primeros en llegar a la “zona cero” luego de que a la 1:26 de la madrugada, una bola de fuego hizo saltar la tapa de dos mil toneladas del reactor, enviando a la atmósfera toneladas de desechos radiactivos que se dispersaron sin conocer fronteras.

 

INFOGRAFÍA: Xavier Rodríguez

 

Los liquidadores, a quienes el gobierno les dio las gracias y entregó una medalla, conforman la mayoría de los supervivientes de Chernóbil y a menudo necesitan costosos cuidados médicos y no se les reconoce suficientemente a pesar de haber puesto en peligro sus vidas para salvar al resto de Europa de ser inhabitable, tras ser enviados al frente sin la protección necesaria para luchar contra aquel monstruo radiactivo.

 

De los 350 mil de ellos, ucranianos, hoy sólo 120 mil están vivos. “Hemos pagado un precio altísimo y lo seguiremos pagando”, dijo el presidente de la Unión Chernóbil, que agrupa a las víctimas de la tragedia, Valeri Makarenko.

 

Fueron ellos quienes, para contener la fuga radiactiva, entre julio y noviembre de 1986, se turnaban entre vómitos para la rápida construcción de un “sarcófago” de concreto sobre el reactor destruido, que ya presenta fallas por lo que se construye uno nuevo de acero, de más o menos el doble de altura del Ángel de la Independencia, bautizado Nuevo Confinamiento Seguro. Su propósito es evitar que se filtre la radiación por al menos otro siglo para impedir que se diseminen a todo el mundo unas 200 toneladas de combustible nuclear fundido y volátil.

 

Foto: REUTERS

 

Éste ejército de hombres sin destino es el que más sufre de las radiaciones, un enemigo invisible que nadie ve, pero todos sienten en Ucrania y Bielorrusia y dos regiones de Rusia Occidental. Sus efectos se siguen reflejando en tumores, leucemias, cardiopatías y malformaciones en numerosas personas.

 

En Chernóbil las otras víctimas además de los liquidadores son quienes se resistieron a huir y están enfermos debido a su pobreza que los obliga a alimentarse de los productos cultivados en la zona contaminada. Para un país pobre como Ucrania, que ya no está en la órbita soviética y ya no ve a Rusia como su benefactor sino prácticamente como su enemigo, que una sustancia tóxica y cancerígena como el cesio 137, esté presente en la verdura, la fruta, el queso o la leche de la que se alimentan a diario sus habitantes, es un tema menor, aunque tarde o temprano la tragedia de Chernóbil se sigue cobrando, así sea lentamente, su ominosa cuota de muerte.

 

En marzo pasado, 6 mil miembros de organizaciones ucranianas de “liquidadores“ se manifestaron en el centro de Kiev para exigir al gobierno más ayudas y reconocimiento. “Los liquidadores se extinguen como velas“, se leía en una de las pancartas.

 

“Salvamos al mundo, salvamos vidas, pero mientras ustedes viven felices, nosotros estamos enfermos y muriendo. Queremos vivir como los demás“, señalaba otra manta enarbolada por los manifestantes.

 

Guennadi Alexandrovich, uno de los oradores, dijo que si bien hay leyes en Ucrania que protegen los derechos de los liquidadores, “no se cumplen”, pero, además, no son suficientes.

 

Pripyat, la ciudad modelo construida para los trabajadores de la planta, es hoy un pueblo fantasma. Está convertida en un lugar de peregrinaje de grafiteros clandestinos, de periodistas y de “turistas nucleares”, una especie de acólitos de un nuevo culto.

 

Las consecuencias hubieran sido peores si no fuera por la labor heroica de estos hombres, a los que se escatiman sus derechos y que se parecen cada vez más a los zombis, aunque hasta ahí llega la metáfora porque éstos no representan una amenaza para los demás. Son personas a las que nadie quiere ayudar o a ningún gobierno parecen importarle, como tampoco a otras, ancianos, mujeres y niños, que viven en la zona de exclusión donde cada centímetro de tierra, agua y hasta el aire están envenenados por la radiación. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre cuándo será seguro vivir en Chernóbil, y van desde quienes calculan 300 años y otros que llevan la cifra hasta los 20 mil.